Mirando atrás desde 2000 a 1887 Capítulo 3
"Va a abrir los ojos. Más vale que primero sólo vea a uno de nosotros."
"Prométeme, entonces, que no se lo dirás."
La primera voz era de un hombre, la segunda de una mujer, y ambos hablaban en voz baja.
"Veré qué impresión me da," replicó el hombre.
"No, no, prométemelo," insistió la otra.
"Déjala que se salga con la suya," susurró una tercera voz, también una mujer.
"Bueno, bueno, lo prometo, entonces," contestó el hombre. "¡Rápido, marchaos! ¡Está volviendo en sí!"
Hubo un sonido de roce de vestidos y abrí los ojos. Un hombre bien parecido, de quizá sesenta años estaba inclinado sobre mi, en sus facciones una expresión de mucha benevolencia mezclada con gran curiosidad. Era un completo extraño. Me incorporé sobre un hombro y miré alrededor. La habitación estaba vacía. Ciertamente no había estado en ella antes, ni en ninguna amueblada como ella. Miré de nuevo a mi acompañante. Sonrió.
"¿Cómo se encuentra?" inquirió.
"¿Dónde estoy? requerí.
"Está usted en mi casa," fue la contestación.
"¿Cómo he llegado aquí?
"Hablaremos de ello cuando esté más fuerte. Mientras tanto, le ruego que no sienta ansiedad. Está entre amigos y en buenas manos. ¿Cómo se encuentra?"
"Un poco raro," contesté, "pero estoy bien, supongo. ¿Me dirá usted cómo he llegado a estar en deuda por su hospitalidad? ¿Qué me ha sucedido? ¿Cómo he llegado aquí? Me dormí en mi propia casa."
"Habrá tiempo de sobra para explicaciones más tarde," replicó mi desconocido anfitrión, con una tranquilizadora sonrisa. "Será mejor evitar charlas inquietantes hasta que usted sea un poco más usted mismo. ¿Me haría usted el favor de tomarse un par de sorbos de esta preparación? Le hará bien. Soy médico."
Rechacé el vaso con la mano y me erguí hasta quedar sentado en el sofá, aunque con esfuerzo, porque mi cabeza estaba extrañamente ligera.
"Insisto en saber de inmediato dónde estoy y qué me han estado haciendo," dije.
"Mi estimado señor," respondió mi acompañante, "permítame rogarle que no se ponga nervioso. Preferiría que no insistiese en pedir explicaciones tan pronto, pero si insiste, trataré de satisfacerle, a condición de que primero se tome esta dosis, que le fortalecerá un poco."
Al momento bebí lo que me ofrecía. Entonces dijo, "Contarle cómo llegó aquí no es una cuestión tan sencilla como evidentemente supone. Usted puede decirme a mi tanto sobre la cuestión como yo puedo decirle usted. Acaba usted de despertarse de un profundo sueño, o, más propiamente, un trance. Esto es todo lo que puedo decirle. Dice usted que estaba en su propia casa cuando cayó en ese sueño. ¿Puedo preguntarle cuándo fue eso?"
"¿Cuándo?" repliqué, "¿cuándo? Vaya, anoche, por supuesto, hacia las diez en punto. Dejé órdenes a mi criado Sawyer para que me llamase a las nueve en punto. ¿Qué ha sido de Sawyer?"
"Eso precisamente no puedo decirselo," respondió mi acompañante, mirándome con una expresión curiosa, "pero estoy seguro de que podemos excusarle por no estar aquí. ¿Y ahora puede decirme de un modo un poco más explícito cuándo fue que cayó usted en ese sueño, la fecha, me refiero?
"Vaya, anoche, por supuesto; así lo he dicho, ¿no? Es decir, a no ser que haya dormido todo un día entero. ¡Cielo santo! Eso no puede ser posible; y aun así tengo una extraña sensación de haber dormido durante mucho tiempo. Era el "Decoration Day" cuando me fui a dormir."
"¿Decoration Day?"
"Sí, el lunes 30."
"Discúlpeme, ¿el 30 de qué?"
"Vaya, de este mes, por supuesto, a no ser que haya dormido hasta Junio, pero no puede ser."
"Este mes es septiembre."
"¡Septiembre! No querrá decir que he dormido desde mayo! ¡Dios del cielo! Vaya, es increíble."
"Vamos a ver," replicó mi acompañante; "¿dice que era 30 de mayo cuando se fue a dormir?"
"Sí."
"¿Puedo preguntar de qué año?"
Le miré fijamente sin expresión, incapaz de hablar, durante unos instantes.
"¿De qué año?" repetí débilmente al fin.
"Sí, ¿de qué año, por favor? Después de que me haya dicho eso, podré decirle durante cuánto tiempo ha dormido usted."
"Era el año 1887," dije.
Mi acompañante insistió en que yo debería tomar otro sorbo del vaso, y me tomó el pulso.
"Mi estimado señor," dijo, "sus modales indican que es usted un hombre de cultura, que soy consciente de que en sus tiempos de ningún modo era algo natural como es ahora. Sin duda, entonces, habrá observado por sí mismo que de nada en este mundo puede decirse con propiedad que es más asombroso que cualquier otra cosa. Las causas de todos los fenómenos son igualmente adecuadas, y los resultados igualmente algo natural. Es de esperar que usted debería sobresaltarse por lo que le contaré; pero confío en que no permitirá que esto afecte su ecuanimidad indebidamente. Su apariencia es la de un hombre de apenas treinta años, y su condición física no parece ser muy diferente de la de alguien que acaba de despertarse de un sueño algo largo y profundo, y aun así estamos a diez de septiembre del año 2000, y usted ha dormido exactamente ciento trece años, tres meses y once días."
Sintiéndome parcialmente aturdido, bebí una copa de alguna clase de extracto a sugerencia de mi acompañante, e inmediatamente después me entró mucho sueño y me quedé profundamente dormido.
Cuando desperté, la luz del día llenaba por completo la habitación, que había esta iluminada artificialmente cuando estuve despierto la vez anterior. Mi misterioso anfitrión estaba sentado cerca. No estaba mirándome cuando abrí los ojos, y tuve una buena oportunidad para estudiarlo y meditar sobre mi insólita situación, antes de que observase que estaba despierto. Mi mareo se había ido del todo, y mi mente estaba perfectamente clara. La historia de que había estado dormido ciento trece años, que, en mi anterior desfallecimiento y desorientación, había aceptado incuestionablemente, resurgió ante mi ahora únicamente para ser rechazada como un disparatado intento de engaño, cuyo motivo era imposible de suponer ni remotamente.
Algo extraordinario había ocurrido ciertamente a considerar por el hecho de que había despertado en esta casa desconocida con este acompañante desconocido, pero mi imaginación era absolutamente incapaz de sugerir más que las más descabelladas conjeturas sobre lo que ese algo podría haber sido. ¿Podría ser que fuese víctima de algún tipo de conspiración? Lo consideré, ciertamente; y aun así, si las facciones de un hombre alguna vez fueron auténtica evidencia, era cierto que este hombre que había a mi lado, con un rostro tan refinado e inocente, no formaba parte de ninguna trama de delito o ultraje. Entonces se me ocurrió preguntarme si no podría ser yo el objeto de alguna elaborada broma pesada por parte de amigos que se habían enterado de algún modo del secreto de mi cámara subterránea y habían decidido impresionarme de esta manera con los peligros de los experimentos hipnóticos. Había muchas dificultades con esta teoría; Sawyer nunca me habría traicionado, ni tenía yo en absoluto ningún amigo capaz de acometer una empresa tal; sin embargo, la suposición de que era víctima de una broma pesada parecía en general la única sostenible. Medio esperando vislumbrar algún rostro conocido riéndose burlonamente tras un sillón o cortina, miré cuidadosamente alrededor de la habitación. Cuando mis ojos volvieron a posarse en mi acompañante, éste me estaba mirando.
"Se ha echado una buena siesta de doce horas," dijo enérgicamente, "y puedo ver que le ha sentado bien. Tiene mucho mejor aspecto. Su color es bueno y sus ojos brillan. ¿Cómo se encuentra?"
"Nunca me he encontrado mejor," dije, incorporándome para sentarme.
"¿Recuerda, sin duda, cuando despertó la primera vez," prosiguió, "y su sorpresa cuando le dije cuánto había estado dormido?"
"Dijo usted, creo, que había dormido ciento trece años."
"Exactamente."
"Admitirá," dije, con una irónica sonrisa, "que tal historia era bastante improbable."
"Extraordinaria, lo admito," respondió, "pero dadas las condiciones adecuadas, no improbable ni inconsistente con lo que sabemos del estado de trance. Cuando es completo, como en su caso, las funciones vitales están absolutamente suspendidas, y no hay desgaste de tejidos. No hay límite para la posible duración de un trance cuando las condiciones externas protegen el cuerpo de daños físicos. Este trance suyo es de hecho el más largo de los que haya precedente documentado, pero no hay razón conocida por la cual si no se le hubiese descubierto y si la cámara en la que le encontramos hubiese continuado intacta, no pudiera usted haber permanecido en un estado de animación suspendida hasta que, al final de eras indefinidas, la gradual refrigeración de la tierra hubiese destruido los tejidos corporales y puesto el espíritu en libertad."
Tuve que admitir que, si fuese de hecho la víctima de una broma pesada, sus autores habían escogido un agente admirable para llevar a cabo su engaño. Los impresionantes e incluso elocuentes modales de este hombre habrían dado dignidad a una argumentación sobre que la luna está hecha de queso. La sonrisa con la que le había mirado según avanzaba en su hipótesis acerca del trance no parecía confundirle en lo más mínimo.
"Quizá," dije, "continuará usted y me regale con algunos particulares en cuanto a las circunstancias bajo las que descubrió esta cámara de la que usted habla, y su contenido. Disfruto de la buena ficción."
"En este caso," fue la seria respuesta, "ninguna ficción podría ser tan extraña como la verdad. Debe saber que estos muchos años he estado acariciando la idea de construir un laboratorio en el amplio jardín que hay junto a esta casa, para experimentos químicos, a los que soy aficionado. El jueves pasado comenzó por fin la excavación para el sótano. Estuvo terminada por la noche, y el viernes los albañiles iban a haber venido. El jueves por la noche tuvimos una inundación a causa de la lluvia, y el viernes por la mañana encontré mi sótano echo un estanque de ranas y las paredes completamente arrastradas por el agua. Mi hija, que había salido para presenciar el desastre conmigo, llamó mi atención sobre una esquina de mampostería que había quedado al descubierto por el desmoronamiento de uno de los muros. Le quité un poco la tierra que tenía, y, viendo que parecía parte de una gran masa, decidí investigarlo. Los trabajadores que mandé llamar desenterraron una bóveda oblonga a unos dos metros y medio bajo la superficie, en cuya esquina habían estado evidentemente los muros que cimentaron una antigua casa. Una capa de cenizas y carbón vegetal en la parte superior de la bóveda mostraban que la casa había sucumbido por un incendio. La bóveda en sí estaba perfectamente intacta, con el cemento en tan buen estado como cuando lo aplicaron por primera vez. Tenía una puerta, pero no pudimos forzarla, y me abrí paso hacia el interior removiendo una de las losas que formaban el techo. El aire que subió estaba estancado pero puro, seco y no frío. Descendiendo con una linterna, me encontré en un aposento decorado como un dormitorio al estilo del siglo diecinueve. Sobre la cama yacía un joven. Naturalmente se daba por sentado que estaba muerto y debía de llevar muerto un siglo; pero el extraordinario estado de conservación del cuerpo me impresionó a mi y a los colegas médicos que había emplazado con asombro. No nos habríamos creído que se hubiese conocido nunca el arte de un embalsamamiento tal como este, y aun este parecía el testimonio concluyente de que nuestros antepasados lo habían poseído. Mis colegas médicos, cuya curiosidad estaba enormemente excitada, estuvieron de inmediato a favor de llevar a cabo experimentos para probar la naturaleza del proceso empleado, pero yo los contuve. Mi motivo para así hacerlo, al menos el único motivo del que ahora necesito hablar, era el recuerdo de algo que una vez había leído sobre la extensión con la que sus contemporáneos habían cultivado el tema del magnetismo animal. Se me había ocurrido como concebible el que usted pudiese estar en un trance, y que el secreto de sus integridad física después de tan largo tiempo no era la habilidad de un embalsamador, sino la vida. Tan fantástica me pareció esta idea, incluso a mi, que no me arriesgué a hacer el ridículo mencionándolo ante mis colegas médicos, sino que di alguna otra razón para posponer sus experimentos. Sin embargo, tan pronto como ellos se marcharon, puse marcha un intento sistemático de resucitación, del cual usted conoce el resultado."
Si este tema hubiese sido aun más increíble, las circunstancias de esta narración, así como los impresionantes modales y personalidad del narrador, podrían haber hecho titubear al oyente, y me había empezado a notar muy raro, cuando, según se acercó, tuve oportunidad de vislumbrar mi reflejo en un espejo que colgaba de la pared de la habitación. Me puse en pie y fui hacia él. El rostro que vi fue el rostro a la facción y el cabello y ni un día más viejo del que había visto mientras me ataba la corbata antes de ir a casa de Edith aquel "Decoration Day", que, según este hombre me había hecho creer, se había celebrado ciento trece años antes. En esto, el colosal carácter del fraude del que estaban intentando hacerme víctima, vino sobre mi de nuevo. La indignación se adueñó de mi mente mientras comprendía la ultrajante libertad que se habían tomado conmigo.
"Está usted sorprendido probablemente," dijo mi acompañante, "de ver que, aunque es usted un siglo mayor que cuando se acostó a dormir en la cámara subterránea, su aspecto no ha cambiado. Esto no debería asombrarle. Usted ha sobrevivido durante este largo período de tiempo en virtud de la total paralización de las funciones vitales. Si su cuerpo hubiese podido sufrir algún cambio durante su trance, hace tiempo que se habría disuelto."
"Señor," contesté, volviéndome hacia él, "soy absolutamente incapaz de adivinar cuáles puedan ser sus motivos para recitarme este notable fárrago con un rostro serio; pero usted mismo será demasiado inteligente para suponer que nadie salvo un imbécil podría ser engañado con él. Ahórreme el resto de esta elaborada tontería y de una vez por todas dígame si se niega a darme una explicación inteligible de dónde estoy y cómo he llegado aquí. Y si es así, procederé a averiguar mi paradero por mi mismo, no importa quién pueda ponerme trabas."
"¿No se cree, entonces, que este es el año 2000?"
"¿De verdad cree necesario preguntármelo?" contesté.
"Muy bien," replicó mi extraordinario anfitrión. "Ya que no puedo convencerle, se convencerá por sí mismo. ¿Se encuentra lo suficientemente fuerte para acompañarme escaleras arriba?"
"Estoy tan fuerte como siempre he estado," respondí airadamente, "como puedo tener que demostrar si esta guasa es llevada más lejos."
"Le ruego, señor," fue la respuesta de mi acompañante, "que no se deje persuadir demasiado a fondo de que es usted víctima de un embaucamiento, no sea que la reacción, cuando se convenza de la verdad de mis afirmaciones, sea demasiado grande."
El tono de preocupación, entremezclado con compasión, con el cual dijo esto, y la total ausencia de cualquier signo de resentimiento ante mis acaloradas palabras, me intimidaron de modo extraño, y le seguí por la habitación con una extraordinaria mezcla de emociones. Me condujo arriba dos tramos de escalera y luego otro más corto, que nos llevaron a un mirador en el tejado. "Deléitese mirando a su alrededor," dijo, mientras llegaba a la plataforma, "y dígame si este es el Boston del siglo diecinueve."
A mis pies había una gran ciudad. Kilómetros de calles anchas, a la sombra de árboles, donde se alineaban excelentes edificios, en su mayor parte no estaban en bloques continuos sino en mayores o menores manzanas, que se extendían en todas direcciones. Cada barrio contenía amplias plazas abiertas llenas de árboles, en medio de las cuales refulgían estatuas y centelleaban fuentes al sol del atardecer. Edificios públicos de un tamaño colosal y de una grandeza arquitectónica sin parangón en mis tiempos alzaban sus majestuosos pilares a cada lado. Seguramente nunca antes había visto esta ciudad ni ninguna comparable a ella. Alzando mis ojos al fin hacia el horizonte, miré hacia el oeste. Esa cinta azul serpenteando a lo lejos hacia el sol poniente, ¿no era el sinuoso Charles? Miré hacia el este; el puerto de Boston se extendía ante mi por el interior de las puntas de tierra, sin faltar ni uno sólo de sus verdes islotes.
Supe entonces que me habían dicho la verdad respecto a la cosa prodigiosa que me había sucedido.