Mirando atrás desde 2000 a 1887 Capítulo 7
"Me parece que después de que se enrolan al servicio de su ejército industrial," dije, "cabe esperar que surja la principal dificultad, porque entonces debe terminar la analogía con un ejército militar. Los soldados tienen todos una misma cosa, y una cosa muy sencilla, que hacer, a saber, practicar el reglamento, marchar, y hacer guardias. Pero el ejército industrial debe aprender y seguir doscientos o trescientos oficios y ocupaciones diversas. ¿Qué talento administrativo puede ser el que determine sabiamente de qué oficio o asunto se ocupará cada individuo en una gran nación?
"La administración no tiene nada que ver con determinar tal extremo."
"¿Quién lo determina, entonces? Pregunté.
"Cada persona por sí misma conforme a su aptitud natural, siendo lo más difícil hacer posible que averigüe cuál es realmente su aptitud natural. El principio sobre el que se organiza nuestro ejército industrial es que las capacidades naturales de la persona, mentales y físicas, determinan en lo que ésta puede trabajar de una manera más provechosa para la nación y más satisfactoria para sí misma. Mientras no se vaya a evadir la obligación de alguna forma de servicio, la elección voluntaria, sujeta únicamente a la necesaria regulación, se tiene en cuenta para determinar la clase particular de servicio que va a prestar cada individuo. Mientras la satisfacción de un individuo durante el período de servicio depende de que tenga una ocupación de su gusto, los padres y maestros observan los indicios de las aptitudes particulares en los niños desde su temprana edad. Un concienzudo estudio del sistema industrial Nacional, con la historia y rudimentos de todos los grandes oficios, es una parte esencial de nuestro sistema educativo. Aunque no está permitido que el entrenamiento manual quite tiempo de la cultura intelectual general a la cual nuestras escuelas se dedican, se lleva lo suficientemente lejos como para dar a nuestra juventud, además de los conocimientos teóricos de las industrias nacionales, mecánicas y agrícolas, una cierta familiaridad con sus herramientas y métodos. Nuestras escuelas están continuamente visitando nuestros lugares de trabajo, y a menudo son llevados en largas excursiones para inspeccionar particulares empresas industriales. En su época, una persona no se avergonzaba de ser flagrantemente ignorante de todos los oficios excepto el suyo propio, pero tal ignorancia no sería consistente con nuestra idea de colocar a cada uno en una posición adecuada para seleccionar inteligentemente la ocupación que más le gusta. Normalmente mucho antes de que se enrole en el servicio, un joven ha encontrado la actividad que quiere seguir, ha adquirido mucho conocimiento sobre ella, y está esperando impacientemente el momento en que pueda alistarse en sus filas."
"Seguramente," dije, "difícilmente puede ocurrir que el número de voluntarios para cada oficio coincida exactamente con el número de los que se necesitan en ese oficio. Debe estar generalmente o por encima o por debajo de la demanda."
"Siempre se espera que el suministro de voluntarios sea completamente igual a la demanda," replicó el Dr. Leete. "Es problema de la administración procurar que este sea el caso. La proporción de voluntariado para cada oficio se vigila de cerca. Si hay un exceso notablemente mayor de voluntarios sobre las personas necesitadas en cualquier oficio, se infiere que este oficio ofrece mayores atractivos que los otros. Por otra parte, si el número de voluntarios para un oficio tiende a caer por debajo de la demanda, se infiere que es considerado más arduo. Es problema de la administración buscar constantemente la ecualización de la atracción de los oficios, en lo que a las condiciones de trabajo en ellos se refiere, para que todos los oficios sean igualmente atractivos para las personas que tienen un gusto natural por ellos. Esto se consigue haciendo que las horas de trabajo en los diferentes oficios difieran conforme a su dureza. Los oficios más ligeros, llevados a cabo bajo las circunstancias más agradables, tienen de este modo las horas más prolongadas, mientras que un trabajo arduo, tal como en una mina, tiene muy pocas horas. No hay teoría, ni regla a priori, mediante la cual se determine el respectivo atractivo de las industrias. La administración, quitando las cargas de una clase de trabajadores y añadiéndoselas a otras clases, simplemente sigue las fluctuaciones de opinión entre los mismos trabajadores, como indica la proporción de voluntariado. El principio es que el trabajo de ningún individuo debería ser, en su conjunto, más duro para él que para cualquier otra persona el suyo, siendo los propios trabajadores los jueces. No hay límites en la aplicación de esta regla. Si cualquier ocupación particular es en sí misma tan ardua o tan opresiva que, para atraer voluntarios, el trabajo del día en ella ha de ser reducido a diez minutos, se hará. Si, incluso entonces, ninguna persona está dispuesta a hacerlo, quedará sin hacer. Pero desde luego, de hecho, una moderada reducción de las horas de trabajo, o la adición de otros privilegios, es suficiente para asegurar todos los voluntarios que se necesitan para cualquier ocupación necesaria para la humanidad. Si, de hecho, las inevitables dificultades y peligros de tal necesaria actividad fuesen tan grandes que ningún incentivo de ventajas compensatorias venciese la repugnancia de la persona hacia ella, la administración únicamente tendría que quitarla de la lista común de ocupaciones declarándola 'superarriesgada', y declarando a aquellos que se ocupasen de ella especialmente merecedores de la gratitud nacional, para que rebose de voluntarios. Nuestros jóvenes son muy codiciosos de honor, y no dejan escapar tales oportunidades. Desde luego verá usted que la dependencia de la opción puramente voluntaria de las ocupaciones conlleva la abolición por completo de cualquier cosa como condiciones antihigiénicas o especial peligro para la vida o los miembros. La salud y la seguridad son condiciones comunes a todas las industrias. La nación no mutila ni masacra a sus trabajadores por miles, como hacía el capitalismo privado y las corporaciones de su época."
"Cuando hay más personas que quieren entrar en un oficio particular que el sitio que hay para ellas, ¿cómo se decide entre los aspirantes?" pregunté.
"La preferencia se otorga a los que han adquirido mayor conocimiento del oficio que desean seguir. Sin embargo, a ninguna persona que a través de los años persista en su deseo de mostrar que puede hacer un oficio en particular, cualquiera que sea, se le niega finalmente una oportunidad. Mientras tanto, si una persona no puede entrar en un principio en la ocupación que prefiere, tiene habitualmente una o más preferencias alternativas, ocupaciones para las que tiene algún grado de aptitud, aunque no en máximo grado. Se espera, de hecho, que cada uno estudie sus aptitudes para tener no sólo una primera opción de ocupación, sino una segunda o una tercera, para que si, tanto al comienzo de su carrera o subsiguientemente, debido al progreso de los inventos o cambios en la demanda, no es capaz de seguir su primera vocación, pueda todavía encontrar razonablemente un empleo con el que congenie. Este principio de opciones secundarias como ocupación es bastante importante en nuestro sistema. Debería añadir, en referencia a la posibilidad de alguna falta repentina de voluntarios en un oficio particular, o alguna necesidad repentina de incrementar alguna fuerza, que la administración, mientras depende como norma del sistema de voluntarios para cubrir las vacantes en los oficios, se reserva siempre el poder de convocar voluntarios especiales, o reclutar cualquier fuerza que se necesite de cualquier parte. Generalmente, sin embargo, todas las necesidades de esta clase pueden satisfacerse mediante destacamentos de la clase de trabajadores comunes o no cualificados."
"¿Cómo se recluta esta clase de trabajadores comunes?" Pregunté. "Seguramente nadie entra en ella voluntariamente."
"Es el grado al que pertenecen todos los nuevos reclutas durante los primeros tres años de su servicio. Hasta después de este período, durante el cual son asignables a cualquier trabajo a discreción de sus superiores, no se permite que los jóvenes elijan una ocupación particular. Nadie está exento de estos tres años de estricta disciplina, y nuestros jóvenes están muy contentos de pasar de esta severa escuela a la comparativa libertad de sus oficios. Si una persona fuese tan estúpida como para no tener una opción de ocupación, sencillamente permanecería como trabajador común; pero tales casos, como puede suponer, no son comunes."
"Una vez elegido y comenzado el oficio o la ocupación," observé, "supongo que uno ha de dedicarse a ello durante el resto de su vida."
"No necesariamente," replicó el Dr. Leete; "mientras que los cambios de ocupación frecuentes y meramente caprichosos no se recomiendan ni incluso están permitidos, a cada trabajador se le permite, desde luego bajo ciertas regulaciones y conforme a las exigencias del servicio, ser voluntario de otra industria que crea que puede ser más adecuada para él que su primera opción. En este caso su solicitud se recibe como si fuese voluntario por primera vez, y en los mismos términos. No sólo esto, sino que un trabajador puede igualmente, bajo adecuadas regulaciones y no con demasiada frecuencia, ser transferido a un establecimiento de la misma industria en otra parte del país que por cualquier razón pueda preferir. Bajo el sistema de ustedes, una persona descontenta podía incluso dejar sus trabajo a voluntad, pero abandonaba su medio de subsistencia al mismo tiempo, y arriesgaba sus posibilidades de sustento futuro. Resulta que el número de personas que desearían abandonar una ocupación a la que están acostumbrados, para ocuparse de una nueva, y abandonar los viejos amigos y asociaciones por otros extraños, es bajo. Únicamente la clase de trabajadores más deficientes es la que desea cambiar incluso tan frecuentemente como nuestras regulaciones lo permiten. Desde luego los traslados o liberaciones, cuando la salud los demanda, son siempre concedidos."
"Como sistema industrial, debería pensarse que es un sistema extremadamente eficiente," dije, "pero no veo que haga ningún aprovisionamiento para las clases profesionales, las personas que sirven a la nación con el cerebro en vez de con las manos. Desde luego no puede ir adelante sin los que trabajan con la mente. ¿Cómo, entonces, son seleccionados de entre aquellos que han de servir como granjeros o mecánicos? Se diría que esto debe de requerir una clase de proceso de tamizado muy delicado."
"Así es," replicó el Dr. Leete; "aquí se requiere el test más delicado posible, y así dejamos que la cuestión de si una persona será un trabajador con la mente o con las manos la establezca completamente la persona. Y al final del plazo de tres años, en el que cada persona debe servir como trabajador común, debe escoger, conforme a su gusto natural, si encajará en un arte o profesión, o será granjero o mecánico. Si siente que puede hacer mejor trabajo con su mente que con sus músculos, encuentra todas las facilidades previstas para probar la realidad de su supuesta aptitud, para cultivarla, y si encaja, para ejercerla como su ocupación. Las escuelas de tecnología, de medicina, de arte, de música, de teatro, y de aprendizajes liberales superiores están siempre abiertas a aspirantes, sin ninguna condición."
"¿No están las escuelas desbordadas por jóvenes cuyo único motivo es evitar trabajar?"
El Dr. Leete sonrió un poco adustamente.
"No es probable que nadie en absoluto entre en una escuela profesional con el propósito de evitar trabajar, se lo aseguro," dijo. "Están dirigidas a aquellos que tienen aptitudes particulares para las especialidades que se enseñan, y a cualquiera que no las tenga le resultaría más fácil duplicar las horas en su oficio que intentar seguir las clases. Desde luego que muchos honestamente confunden su vocación, y, viendo que no cumplen los requerimientos de las escuelas, las dejan y vuelven al servicio industrial; ningún descrédito es atribuído a tales personas, ya que la política pública es animar a todos a desarrollar los supuestos talentos que únicamente con pruebas reales puede demostrarse si son reales. Las escuelas profesionales y científicas de su época dependían del patronazgo de sus pupilos para su sustento, y parece que fue práctica común el otorgar diplomas a personas no aptas, quienes después se abrían camino en las profesiones. Nuestras escuelas son instituciones nacionales, y pasar sus tests es una prueba de especiales habilidades que no se cuestionan.
"Esta oportunidad de entrenamiento profesional," continuó el doctor, "permanece abierta para toda persona hasta que alcanza la edad de treinta años, tras lo cual no se reciben más estudiantes, ya que quedaría un periodo demasiado breve para servir a la nación en sus profesiones antes de la edad de licenciarse. En sus tiempos, los jóvenes tenían que escoger sus profesiones siendo muy jóvenes, y por consiguiente, en una gran proporción de casos, erraban por completo en sus vocaciones. Hoy en día se reconoce que las aptitudes naturales de algunos tardan más en desarrollarse que las de otros, y por consiguiente, mientras que la elección de profesión puede hacerse tan pronto se cumplen los 24 años, la posibilidad permanece abierta durante seis años más."
Una pregunta que había tenido muchas veces en mis labios anteriormente, encontró ahora su articulación, una pregunta tocante a lo que, en mis tiempos, había sido considerado como la dificultad más vital en el camino hacia cualquier solución definitiva del problema industrial. "Es algo extraordinario," dije, "que no haya dicho usted una palabra sobre el método para ajustar los sueldos. Puesto que la nación es el único empleador, el gobierno debe fijar la tarifa de los salarios y determinar cuánto debe ganar cada uno, desde los doctores a los excavadores. Todo lo que puedo decir es que este plan nunca habría funcionado en mi época, y no veo cómo puede puede hacerlo ahora, a no ser que la naturaleza humana haya cambiado. En mi época, nadie estaba satisfecho con su sueldo o salario. Incluso si le parecía que recibía suficiente, estaba seguro de que su vecino tenía demasiado, lo que era igualmente malo. Si el descontento universal sobre este asunto, en vez de disiparse en maldiciones y huelgas dirigidas contra innumerables empleadores, pudiera haberse concentrado contra uno sólo, y siendo éste el gobierno, el más fuerte que se pueda concebir no habría visto dos días de paga."
El Dr. Leete se rió con entusiasmo.
"Muy, muy, muy cierto," dijo, "una huelga general habría sido con toda probabilidad la consecuencia del primer día de paga, y una huelga dirigida contra el gobierno es una revolución."
"¿Cómo, entonces, evitan una revolución cada día de paga?" pregunté. "¿Ha ideado algún filósofo prodigioso un nuevo sistema de cálculo satisfactorio para todos, para determinar el valor exacto y comparativo de todas las clases de servicio, sea mediante músculo o cerebro, mediante la mano o la voz, mediante el oído o la vista? ¿O ha cambiado la naturaleza humana en sí misma, de modo que ninguna persona mira por lo suyo sino que 'cada uno mira por las cosas de su vecino'? Uno de estos dos acontecimientos debe ser la explicación."
"Ninguno de los dos, sin embargo, lo es," fue la respuesta de mi anfitrión, riéndose. "Y ahora, Sr. West," continuó, "debe recordar que es usted mi paciente además de mi invitado, y permitame que le prescriba que se vaya a dormir antes de que tengamos más conversación. Son más de las tres."
"La prescripción es, sin duda, sabia," dije; "sólo espero poder cumplirla."
"Me encargaré de ello," replicó el doctor, y así fue, porque me dio un vaso de vino con algo que me hizo dormir tan pronto como mi cabeza tocó la almohada.