Mirando atrás desde 2000 a 1887 Capítulo 8
Cuando desperté me sentí muy recuperado, y estuve tumbado un tiempo considerable medio dormido, disfrutando de la sensación de bienestar corporal. Las experiencias del día anterior, despertarme encontrándome en el año 2000, la visión del nuevo Boston, mi anfitrión y su familia, y las cosas maravillosas que había oído, eran lagunas en mi memoria. Pensé que estaba en casa en mi dormitorio, y las ideas que medio soñando, medio despierto, me pasaban por el pensamiento estaban relacionadas con los incidentes y experiencias de mi vida anterior. En sueños repasé los incidentes del "Decoration Day", mi viaje en compañía de Edith y sus padres a Monte Auburn, y mi cena con ellos al volver a la ciudad. Recordé el aspecto tan extremadamente agradable de Edith, y de ahí pasé a pensar en nuestra boda; pero apenas mi imaginación había comenzado a desarrollar este delicioso tema, mi ensueño se vio interrumpido por el recuerdo de la carta que había recibido la noche anterior, de parte del constructor, anunciándome que las nuevas huelgas podían posponer indefinidamente la terminación de mi nueva casa. El disgusto que este recuerdo trajo consigo tuvo el efecto de despertarme. Recordé que tenía una cita con el constructor a las once en punto, para discutir de la huelga, y al abrir los ojos, miré al reloj que hay a los pies de mi cama para ver qué hora era. Pero al mirar no encontré ningún reloj, y lo que es más, al instante percibí que no estaba en mi habitación. Levantándome de mi lecho, miré frenéticamente a todo mi alrededor en aquella extraña estancia.
Creo que debí de estar muchos segundos sentado de este modo en la cama, mirando fijamente a mi alrededor, sin ser capaz de recuperar la pista de mi identidad personal. No era más capaz de distinguirme de la pura existencia durante aquellos momentos, que lo que podemos suponer que lo es el borrador de un alma antes de ser marcada, de recibir los toques individualizantes que la convierten en persona. ¡Qué extraño que el sentido de esta incapacidad supusiese tanta angustia! pero así estamos constituídos. No hay palabras para la tortura mental que soporté durante este impotente tanteo a ciegas por mi mismo en un vacío sin límites. Ninguna otra experiencia de la mente resulta en nada como el sentido de la absoluta detención del intelecto a causa de la pérdida de un punto de apoyo mental, un punto de arranque para el pensamiento, que ocurre durante un momentáneo oscurecimiento del sentido de la propia identidad como este. Confío en que no volveré a saber lo que es.
No sé cuánto duró esta condición--pareció un tiempo interminable--cuando, como un relámpago, el recuerdo de todo volvió a mi. Recordé quién era y dónde estaba, y cómo había llegado aquí, y que estas escenas de la vida de ayer que habían estado pasandome por el pensamiento eran concernientes a una generación que había vuelto al polvo hace mucho, mucho tiempo. Dando un brinco desde la cama, me puse de pie en medio de la habitación sujetándome las sienes con todas mis fuerzas entre mis manos para evitar que estallasen. Entonces caí boca abajo en el lecho, y, hundiendo mi cabeza en la almohada, yací inmóvil. La reacción que era inevitable, a partir de la euforia mental, la fiebre del intelecto que había sido el primer efecto de mi tremenda experiencia, había llegado. La crisis emocional que había esperado la completa comprensión de mi situación actual, y todo lo que implicaba, estaba sobre mi, y con los dientes apretados y el pecho funcionando con dificultad, agarrado a la cama con frenética fuerza, yací allí y luché por mi cordura. En mi mente, todo se había desencajado, sentimientos habituales, asociaciones de ideas, pensamientos sobre personas y cosas, todo se había disuelto y había perdido coherencia y estaba hirviendo junto en un aparentemente irrecuperable caos. No había puntos de concentración, nada se quedó estable. Sólo permaneció la voluntad, y ¿era alguna voluntad humana lo suficientemente fuerte como para decir a semejante mar agitada, "Paz, apaciguate"? No me atrevo a creerlo. Todo esfuerzo para razonar sobre lo que me había sucedido, y comprender lo que implicaba, ponía mi cerebro a dar vueltas de un modo intolerable. La idea de que yo era dos personas, que mi identidad era doble, comenzó a fascinarme con su simple solución para mi experiencia.
Sabía que estaba al borde de perder mi equilibrio mental. Si me quedaba allí tumbado pensando, estaba condenado. Debía procurarme alguna clase de distracción, al menos la distracción del ejercicio físico. Di un salto, y, vistiéndome apresuradamente, abrí la puerta de mi habitación y bajé las escaleras. Era temprano, casi no había luz suficiente todavía, y no encontré a nadie en la parte inferior de la casa. Había un sombrero en el vestíbulo, y, abriendo la puerta principal, que estaba sujeta endeblemente indicando que el robo no estaba entre los peligros del Boston moderno, me encontré en la calle. Durante dos horas caminé o corrí por las calles de la ciudad, visitando muchos barrios de la parte peninsular de la ciudad. Nadie excepto un anticuario que conociese algo del contraste entre el Boston de hoy y el Boston del siglo diecinueve podría empezar a apreciar qué serie de desconcertantes sorpresas experimenté durante ese tiempo. Vista desde el tejado de la casa el día anterior, la ciudad me había parecido extraña de hecho, pero aquello fue únicamente en su aspecto general. Ahora que caminaba por las calles, empezaba a comprender cuán completo había sido el cambio. Los pocos antiguos puntos de referencia que todavía quedaban tan sólo intensificaban este efecto, porque sin ellos podría haber imaginado que estaba en una ciudad del extranjero. Un hombre puede dejar su ciudad natal durante la niñez, y volver cincuenta años después, quizá, para encontrarla transformada en muchos sentidos. Se asombra, pero no se desconcierta. Es consciente del gran lapso de tiempo, y de los cambios igualmente ocurridos en él mismo mientras tanto. Apenas recuerda la ciudad como la conoció cuando era niño. Pero recordad que yo no había sentido ningún lapso de tiempo en mi. En lo que a mi consciencia concernía, no había sido sino ayer, unas horas antes, cuando había caminado por estas calles en las que apenas nada había escapado a una completa metamorfosis. La imagen mental de la antigua ciudad estaba tan fresca y fuerte que no cedía a la impresión de la ciudad actual, sino que competía con ella, así que primero era una y luego la otra la que parecía ser la más irreal. No había nada que viese que no se hiciese borroso de esta manera, como los rostros de fotografías superpuestas.
Por último, me hallé otra vez ante la puerta de la casa de la que había salido. Mis pies debieron de haberme llevado instintivamente de vuelta al lugar de mi antigua casa, porque no tenía una idea clara de haber emprendido el regreso hacia ella. No era más parecida a mi hogar que cualquier otro punto de esta ciudad de una generación extraña, ni eran sus residentes menos completa y necesariamente extraños que todos los demás hombres y mujeres que había ahora sobre la tierra. Si la puerta de la casa hubiese estado cerrada con llave, me lo habría recordado su resistencia, que no tenía yo intención de romper, y me habría ido, pero cedió a mi mano, y avanzando con pasos dubitativos a través del vestíbulo, entré en una de las estancias accesible desde éste. Dejándome caer en un sillón, cubrí mis ardientes globos oculares con mis manos, para apagar el horror de la extrañeza. Mi confusión mental era tan intensa como para producir una auténtica náusea. La angustia de aquellos momentos, durante los cuales mi cerebro parecía fundirse, o la abyección de mi sentido de indefensión, ¿cómo puedo describirlos? En mi desesperación gemí en voz alta. Comencé a sentir que, a menos que algún auxilio acudiera, estaba a punto de perder la razón. Y justo entonces acudió. Su hermoso rostro estaba lleno de la más conmovedora compasión.
"Oh, ¿qué ocurre, Sr. West?" dijo. "Estaba aquí cuando ha llegado. He visto su aspecto tan horrorosamente angustiado, y cuando le he oído gemir, no he podido permanecer callada. ¿Qué le ha pasado? ¿Dónde ha estado? ¿Puedo hacer algo por usted?
Quizá involuntariamente tomó mis manos en un gesto de compasión mientras hablaba. En cualquier caso yo había tomado las suyas y me estaba aferrando a ellas con un impulso tan instintivo como el que compele a un hombre que se está ahogando a aferrarse y asirse a la cuerda que le es arrojada mientras se hunde por última vez. Mientras miraba su rostro compasivo y sus ojos humedecidos por la piedad, mi cerebro cesó de dar vueltas. La tierna compasión humana que se estremecía en la suave presión de sus dedos me había aportado el apoyo que necesitaba. Su efecto para calmar y apaciguar era como el de un elixir maravilloso.
"Dios te bendiga," dije, tras unos momentos. "Él debe haberte enviado a mi, precisamente ahora. Creo que estaba en peligro de volverme loco si no hubieses venido." En esto, las lágrimas brotaron de sus ojos.
"¡Oh, Sr. West!" gritó. "¡Cuán carentes de corazón debe habernos considerado! ¡Cómo pudimos dejarlo solo tanto tiempo! Pero se acabó, ¿no? Seguramente se encuentra mejor."
"Sí," dije, "gracias a ti. Si no te vas todavía, pronto volveré a ser yo mismo."
"De hecho no me iré," dijo, con un pequeño temblor en su rostro, más expresivo de su compasión que un montón de palabras. "No debe considerarnos tan carentes de corazón como pudimos parecer al dejarlo tan solo. Apenas dormí anoche, pensando lo extraño que sería su despertar esta mañana; pero mi padre dijo que dormiría usted hasta tarde. Dijo que sería mejor no demostrarle demasiada compasión al principio, sino tratar de distraer sus pensamientos y hacerle sentir que estaba entre amigos."
"De hecho así me has hecho sentir," respondí. "Pero ya ves que caerse de hace cien años resulta una gran conmoción, y aunque no parecía sentirme mucho así anoche, esta mañana he tenido sensaciones muy extrañas." Mientras sostenía sus manos y mantenía mi mirada en su rostro, incluso pude ya bromear un poco en mi difícil situación.
"Nadie pensó en una cosa semejante mientras andaba usted solo por la ciudad esta mañana tan temprano", continuó. "Oh, Sr. West, ¿dónde ha estado?"
"Entonces le conté mi experiencia de esa mañana, desde el primer despertar hasta el momento que había buscado ver sus ojos ante mi, justo como le había dicho aquí. Ella se vio anonadada por una angustiosa piedad durante mi relato, y, aunque había soltado una de sus manos, no intentó liberar la otra de mi mano, viendo, sin duda, cuánto bien me hacía tenerla. "Puedo hacerme una ligera idea de cómo ha debido ser este sentimiento," dijo. "Debe haber sido terrible. ¡Y pensar que se vio solo para luchar contra él! ¿Podrá perdonarnos alguna vez?"
"Pero ahora se ha ido. Tú lo has mandado bastante lejos de momento," dije.
"No deje que vuelva otra vez," solicitó ella con ansiedad.
"No puedo decirlo del todo," repliqué. "Podría ser demasiado pronto para decirlo, considerando cuán extraño es todo para mi todavía."
"Pero no intente luchar contra ello usted solo otra vez, al menos," insistió, "prometame que acudirá a nosotros, y nos dejará compartir el dolor con usted, e intentar ayudarle. Quizá no podamos hacer mucho, pero seguramente será mejor que intentar soportar tales sentimientos solo."
"Acudiré a ti si me lo permites," dije.
"Oh sí, sí, le ruego que lo haga," dijo con entusiasmo. "Haría cualquier cosa que pudiese para ayudarle."
"Todo lo que necesitas hacer es apenarte por mi, como ahora pareces hacerlo," repliqué.
"Se entiende, entonces," dijo, sonriendo con los ojos humedecidos, "que la próxima vez vendrá y me contará, y no se irá a recorrer todo Boston entre extraños."
Este dar por supuesto que nosotros no éramos extraños apenas parecía extraño, tan cercano a esos pocos minutos que mi aflicción y sus compasivas lágrimas nos habían traído.
"Prometo, que cuando acuda a mi," añadió, con una expresión de encantadora travesura, pasando, a medida que proseguía, a ser de entusiasmo, "le pareceré tan apenada como desea, pero no suponga ni por un momento que en realidad estoy apenada por usted en absoluto, o que usted estará apenado por mucho tiempo. Sé, porque sé que el mundo ahora es el cielo comparado con lo que era en su época, que el único sentimiento que tendrá dentro de poco será el de agradecimiento a Dios porque su vida en aquella época fuese interrumpida de un modo tan extraño, para serle devuelta en ésta."