Motivos de Proteo: 097
XCVI - Inconfundible sello de los viajes en la obra artística.
[editar]En el escritor y el artista que han pasado con amor y aprovechamiento por esta iniciación de los viajes, hay un soplo inconfundible de realidad, de animación, de frescura, que trasciende de lejos, como el fragante aliento del mar, o como el aroma de la tierra mojada por la lluvia.
Este soplo más se siente que se define. Los libros que lo contienen son ambrosía de la imaginación. Contiénelo el Quijote, donde a cada página está transparentándose, bajo lo que se narra o describe, el hombre que ha andado por el mundo; y si nos remontamos al ejemplo original y arquetípico, contiénelo, con argumento aún más adecuado, la Odisea, en cuyos deleitosos cantos el genuino sentimiento de curiosidad y de aventura, y aquella exactitud y precisión que no fallan, en la descripción de rutas y lugares, revelan claramente la experiencia del viajador: del isleño de Chíos o el costeño de Smirna, que, antes de referir los trabajos de su héroe, ha surcado, en la balsa movida con remos, las ondas «de color vinoso», y ha gozado, entre gentes distintas, las mercedes de Júpiter Hospitalario.
En un mismo escritor es fácil discernir, a menudo, por las condiciones, ya de pensamiento, ya de estilo, la obra que precede, de la obra que sigue, a esta ocasión trascendente de sus viajes. Teófilo Gautier nació para ver y expresar lo hermoso de las cosas; pero mientras no hubo espectáculo real que cautivase sus sentidos, dominados por el instinto de lo extraordinario, su mirada anhelante, vuelta a lo interior de la propia fantasía, se satisfizo en una naturaleza de convención y de quimera. Fue el viaje a España; el viaje que dura en aquel maravilloso libro por quien la prosa entra, como bronce fundente, a tomar las formas de la realidad material, y transparenta, mejor que el aire mismo, sus colores; fue el viaje a España el que reveló a Gautier la grande, inmortal Naturaleza. Ebrio del viento tibio y la esplendente luz; hechizado por la magia oriental de Andalucía; presa de tentaciones pánicas ante los torrentes y abismos de las sierras, Gautier descubrió entonces los tesoros de la realidad, y su imaginación, encendida para siempre en el amor de los viajes, se apercibió a extenderse (así un río que se desbordara, ávido de nuevos tintes y reflejos), por la inmensidad gloriosa del mundo.