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Motivos de Proteo: 117

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CXVII


CXVI - Toda fe o convicción ha de ser modificable y perfectible. La sinceridad consigo mismo.

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Y además de caldearse en las fraguas de esta tolerancia, ha de ser dinámica nuestra convicción o nuestra fe; ha de ser modificable y perfectible, capaz de acompañar al progresivo desenvolvimiento de nuestra personalidad: condición, si bien se mira, entrañada en la otra, porque la idea que se relaciona y comunica con las que divergen de ella, por una activa tolerancia, es idea que sin cesar está plasmándose en manos de una infatigable simpatía.

De este modo, la suma de ideas que aquella que fundamenta nuestra convicción reúne y concilia, en determinado instante, en nuestra mente, no ha de ser considerada nunca como orden definitivo, como término y reposo, sino como hito con cuya ayuda proseguir una dirección ideal, un rumbo que llevamos: así el viajero que no conoce su camino y pregunta a los que viven junto a éste, se orienta por direcciones sucesivas, y va del árbol a la casa, de la casa al molino, del molino al sembrado.

Para que nuestro pensamiento cumpla esta ley de su desarrollo vital y no se remanse en rutinario sueño, es menester, a la vez que su aptitud de comunicación tolerante, el hábito de la sinceridad consigo mismo: rara y preciosa especie de verdad, mucho más ardua que la que se refiere a nuestras relaciones con los otros; mucho más ardua que la que consiste en el acuerdo de lo que aparentamos y decimos, con la inmediata representación de nuestra conciencia: testimonio que puede ser infiel, superficial, o mal depurado. Aquella honda sinceridad interior obliga a rastrear las fuentes de este testimonio; a saber de si cuanto se pueda y con la claridad y precisión que se pueda, celando las mil causas de error que comúnmente nos engañan sobre nuestros propios pensamientos y actos, y ejercitándose cada día en discernir lo que es real convicción en nuestra mente, de lo que ha dejado de serlo y dura sólo por inercia y costumbre, y de lo que nunca fue en ella sino eco servil o vana impresión. Consagrado a la práctica de este conocimiento reflexivo, buscándose a sí mismo en sus veneros hondos, el pensamiento varonil no teme, aunque ese constante esfuerzo de sinceridad y de verdad perpetúe en su seno las desazones de la agitación y de la lucha, porque desdeña la voluptuosidad de la quietud, con tal de eliminar de sí lo exánime y caduco y vivir sólo, a ejemplo del trabajador, de lo que gana cada jornada con sus fuerzas.