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Motivos de Proteo: 129

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CXXVIII - «Aún tendría otras cosas que deciros, mas no podríais llevarlas».

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Desventurado el maestro a quien repugne anunciar, como el Bautista, al que vendrá después de él, y no diga: «Él debe crecer; yo ser disminuido». Funda dogmas inmutables aquel que viene a poner yugo y marca de fuego, de las que allí donde una vez se estampan, se sustituyen por siempre al aspecto de naturaleza; no los funda quien es enviado a traer vida, luz y nueva alma.

La palabra de Cristo, así como anunció la preeminencia del sentido interno y del espíritu sobre la letra, la devoción y la costumbre, dejó también, aun refiriéndose a lo que es espíritu y substancia, el reconocimiento de su propia relatividad, de su propia limitación, no menos cierta (como, en lo material, la del mar y la montaña), por su grandeza sublime; el reconocimiento de la lontananza de verdad que quedaba fuera de su doctrina declarada y concreta, aunque no toda quedase fuera de su alcance potencial o virtual, de las posibilidades de su desenvolvimiento, de su capacidad de adaptación y sugestión.

Éste es el significado imperecedero de aquellas hondas palabras de la Escritura, que Montano levantó por lábaro de su herejía: «Aún tendría otras cosas que enseñaros, mas no podríais llevarlas». Vale decir: «No está toda la verdad en lo que os digo, sino sólo la suma de verdad que podéis comportar».

Así, contra la quietud estéril del dogma, contra la soberbia de la sabiduría amortajada en una fórmula eterna, la palabra de Cristo salvó el interés y la libertad del pensamiento de los hombres por venir: salvó la inviolabilidad del misterio reservado para campo del esfuerzo nuestro, en las porfías de la contradicción, en los anhelos de la duda, sin los cuales la actividad del pensamiento, sal del vivir humano, fuera, si lo decimos también con palabras evangélicas, «como la sal que se tornara desabrida».

«Aún tendría otras cosas que enseñaros, mas ahora no podríais llevarlas%», significa, lo mismo en lo que es aplicable a la conciencia de la humanidad que en lo que se refiere a la del individuo: no hay término final en el descubrimiento de lo verdadero, no hay revelación una, cerrada y absoluta; sino cadena de revelaciones, revelación por boca del Tiempo; dilatación constante y progresiva del alma, según sus merecimientos y sus bríos, en el seno de la infinita verdad.