Noli me tangere (Sempere ed.)/XXIX

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

XXIX

El maldito

Pronto se extendió por el pueblo la noticia de que los reos iban á partir.' Las familias de los desgraciados corrían como locas.

Iban del con vento al cuartel, del cuartel al tribunal, y no encontrando en ninguna parte consuelo llenaban el aire de gritos y gemidos. El cura se había encerrado fingiéndose enfermo; el alférez había aumentado sus guardias, que recibían á culatazos á las mujeres suplicantes; el gobernadoreillo, ser completamente inútil, parecía más tonto y más inútil que nunca. Frente á la cárcel se agita- 13 ban gesticulando las mujeres que aun tenían fuerzas; las que no dejábanse caer en el suelo lamando á voces á las personas queridas.

El sol abrasaba y ninguna de aquellas infelices pensaba retirarse. Doray, la alegre y feliz esposa de don Filipo el teniente mayor, vagaba desolada llevando en brazos á su tierno hijo.

—Retiraos-le decían;-vuestro hijo va á coger una calentura.

—A qué vivir si no ha de tener un padre que lo eduque y mire por él?-contestaba la desconsolada mujer.

—Vuestro marido es inocente! No tardará en volver! Capitán Tinay lloraba y llamaba á su hijo Antonio, y la valerosa capitana María miraba hacia la pequeña reja, detrás de la cual estaban sus dos únicos hijos gemelos.

—De todo esto tiene la culpa don Crisóstomo —suspiraba una vjeja.

A las dos de la tarde un carro descubierto, tirado por dos bueyes, se paró delante del tribunal.

El carro fué rodeado de la multitud, que quería desengancharlo y destrozarlo.

—¡No hagáis eso!-gritó Capitana María.-¿Queréis que vayan á pie?...

Esto detuvo á las familias. Veinte soldados salieron y rodearon el vehículo. Después salieron los presos.

El primero fué don Filipo, atado codo con codo.

Saludó sonriendo melancólicamente á su esposa, que rompió á llorar, y quiso atra vesar por el medio de los guardias para darle el último abrazo.

Antonio, el hijo de Capitana Tinay, apareció llorando como un niño, con lo cual se aumentó grandemente el dolor de su familia. Albino, el exeeminarista, estaba también maniatado, lo mismo que los dos gemelos de Capitana María. Estos tres jóvenes aparecían tranquilos. El último que salió fué Ibarra, conducido por dos guardias civiles.

—Ese es el que tiene la culpa!-gritaron muchas voces.-¡Tiene la culpa y va suelto! Ibarra se volvió á sus guardias: -¡Atadme!

—¡No tenemos orden!

—¡Atadme! Los soldados obedecieron.

El alférez apareció á caballo, armado hasta los dientes y seguido de quince soldados más.

Todos los presos tenían familias, esposas ó hermanas que llorasen por ellos. ¡Ibarra no tenía á nadie! El dolor de las familias se trocó en ira contra el joven, acusado de haber promovido el motín. El alférez dió la orden de partir. La multitud se arremolinó amenazadora. Resonaron con más fuerza los gritos y lamentos. Los soldados tenían que hacer grandes esfuerzos para no ser arrollados.

—¡Cobarde!-gritaba una vieja amenazando con los puños á Ibarra.-Mientras los otros se peleaban por ti, tú te escondías, jcobarde!

—Maldito seas!-le decia un anciano siguiéndole;-jmaldito el oro amasado por tu familia para turbar nuestra paz! ¡Maldito! ¡Maldito!

—¡Ojalá te ahorquen, hereje!-le gritaba una pariente de Albino, y sin poderse contener, cogió una piedra y se la arrojó.

El ejemplo fué pronto imitado, y sobre el desgraciado joven cayo una lluvia de piedras.

Ibarra sufrió impasible, sin ira, sin quejarse.

Más de una vez estuvo á punto de gritar que era inocente y de pronunciar los nombres de los verdaderos culpables. Pero no despegó los labios.

Nadie le hubiera hecho caso, ó más bien, sólo habría conseguido aumentar la cólera de los que le crefan el jefe de la descabellada conspiración.

El alférez trató de contener á la multitud, pero las pedradas y los insultos no cesaron, El cortejo se alejó, sin que Ibarra viese á uno solo de los que se titulaban sus amigos..

Vió el joven las humeantes ruinas de su casa, de la casa donde había nacido y se habían deslizado los días felices de su niñez... Las lágrimas, largo tiempo reprimidas, brotaron al fin de sus ojos...

Dobló la cabeza y se entregó á su profundo dolor.

¡Ya no tenía hogar, ni nada de lo que hace grata la existencia!... ¡Sus terribles enemigos se lo habían arrebatado todo en un momento!...