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Noli me tangere (Sempere ed.)/XXXIII

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

XXXIII

La caza en el lago

—Ofd, señor, el plan que he meditado-dijo Elfas pensativo, mientras se dirigían á San Gabriel.-Os ocultaré ahora en casa de un amigo mío, en Mandaluyong; os traeré todo vuestro dinero, que he salvado y guardado al pie del baliti, y en cuanto os sea posible abandonaréis el país...

—¿Para ir al extranjero?-interrumpió Ibarra.

—Para vivir en paz los días que os quedan de vida. De todos modos, el país extranjero para nosotros es una patria mejor que la propia.

Crisóstomo no contestó.

Llegaban en aquel momento al Pasig y la banca empezó á subir la corriente. Sobre el puente de España pasaba un jinete á galope y se oía un prolongado y agudo silbido.

Elfas-dijo al fin Ibarra,-me aconsejas que viva en el extranjero? pues ven conmigo y vivamos como hermanos. Aquí también tú eres desgraciado.

Elfas movió tristemente la cabeza y contestó: -Imposible! Es verdad que yo no puedo ser feliz en mi país, pero puedo sufrir y morir por él; siempre es algo.

—Entonces, ¿por qué me aconsejas que parta?

—Porque en otra parte podéis ser feliz y yo no, porque no estáis hecho para sufrir...

—Eres injusto conmigo!-exclamó Ibarra con amargo reproche.

—No os ofendáis, señor; no os hago ningún reproche. Sólo deseo vuestro bien. ¡Ojalá todos supiesen imitaros!

—¡No me marcharé, Elías! ¡No me marcharé! Ahora la desgracia me ha arrancado la venda; la soledad y la miseria de mi prisión me han enseñado; ahora veo el horrible cáncer que roe á esta sociedad, que se agarra á sus carnes y que pide una violenta extirpación. ¡Ellos me han abierto los ojos, me han hecho ver la llaga y me impelen á la rebelión! Y pues que lo han querido, seré fili308E RIZAL bustero; llamaré á todos los desgraciados, á todos los que tienen que vengar agra vios, á todos los que sienten anhelos de justicia. ¡No seré por esto criminal: nunca lo es el que lucha por su patria! ¡Si muero en la demanda, llevaré al menos el consuelo de haber hecho algo en provecho de mi país! ¿No me han condenado por filibustero? No han condenado á otros muchos inocentes? ¡Pues que al menos cuando me vuelvan á condenar que sea por algo! ¡Ay de los frailes! ¡No saben que con su conducta egoísta y tiránica están echando leña á la hoguera en que han de perecer! ¡No saben que cuando llegue el dia de las terribles represalias los bajarán al pozo como al pobre Társilo, los sujetarán al cepo y los matarán á golpes de bejuco, como ahora hacen ellos con los pobres indios! ¡Ah! ¡No habrá piedad entonces! ¡No habrá compasión!...

Ibarra estaba nervioso; todo su ouerpo temblaba.

Pasaron por delante del palacio del general y creyeron notar movimiento y agitación en los guardias.

—Se habrá descubierto la fuga?-murmuró Elías.-Acostaos, señor, para que os cubra con el zacate, por si nos ve el centinela.

La banca era una de esas finas y estrechas canoas que no bogan, sino que resbalan por encima del agua.

Como Elías había previsto, el centinela le paró y le preguntó de dónde venía.

—De Manila, de repartir zacate-contestó imitando el acento de los de Pandakan.

Un sargento salió y enteróse de lo que pasaba.

—Sulung!-díjole éste-te advierto que no recibas en la banca á nadie; un preso acaba de escaparse. Si le eapturas y me lo entregas te daré una buena propina.

—Está bien, señor.

La banca se alejó. Elías volvió la cara y vió la silueta del centinela de pie junto á la orilla.

—Perderemos algunos minutos-dijo en voz baja;-debemos entrar en el río Beata para simular que soy de Peña Francia.

El pueblo dormía á la luz de la luna. OCrisóstomo se levantó, pues ya el centinela no lo podía ver, para admirar la paz de la Naturaleza. El río era estrecho y sus orillas estaban sembradas de zacate.

Elfas arrojó su carga en tierra, cogió una larga caña y sacó del fondo de la embarcación algunos vacíos bayones ó sacos hechos de hoja de palmera.

Siguieron navegando.

—Da modo que estáis devidido á quedaros en el país?-interrogó Elías reanudando la interrumpida con versación.

—¡Completamente decidido! ¡Quiero vengarme! Luego permanecieron silenciosos hasta llegar á Malapadna bató.

Ei carabinero de este lugar tenfa sueño, y, viendo que la banca estaba vacía y no ofrecía botín alguno que coger, dejóles pasar fácilmente.

El guardia civil de Pasig tampoco les puso ningún obstáculo.

Comenzaba á amanecer cuando llegaron al lago, terso y tranquilo como un gigantesco espejo. La luna palidecia y el Oriente se teñía con rosadas tintas. A cierta distancia columbraron una masa gris que avanzaba poco.

—¡Viene la falúa!-murmuró Elías lleno de sobresalto;-acostaos y os cubriré con estos sa- Cos.

Las formas de la embarcación se hacian más claras y perceptibles.

—Se pone entre la orilla y nosotros!-observó Elfas inquieto.

Y varió poco á poco la dirección de su banca, remando hacia Binangonan. Con gran estupor notó que la falúa cambiaba también de dirección, mientras una voz le llamaba.

Elías detúvose y reflexionó. La orilla estaba aún lejos y pronto se encontrarían al alcance de los fusiles de la falúa. Pensố volver al Pasig. Pero otra banca venía en aquella direeción, ocupada por algunos guardias civiles, cuyos capacetes y bayonetas brillaban á los primeros rayos del sol.

La banca se deslizaba rápidamente; Elias vió sobre la falúa que viraba algunos hombres de pie haciéndole señas.

—Sabéis guiar?-preguntó á Ibarra.

Si; ¿por qué?

—Porque estamos perdidos si no salto al agua y les hago perder la pista. Ellos me persiguirán; yo nado y buceo bien... les alejaré de vos y de este modo podréis salvaros.

—No, quédate y vendamos caras nuestras vidas! Oómo, señor, si no tenemos armas? Con sus fusiles nos matarán como á unos pajaritos. ¡Salvaos, señor! Elías se quitó precipitadamente la camisa. En aquel momento sonaron dos detonaciones. Sin turbarse estrechó la mano de Ibarra, que continuaba tendido en el fondo de la banca, y luego saltó al agua, empujando con el pie la pequeña embarcación.

A alguna distancia apareció la cabeza del piloto, como para respirar, ocultándose al instante debajo del agua.

—¡Ahi va! ¡Ahi va!-gritaron varias voces, y silbaron de nuevo las balas.

La falúa y la banca pusiéronse en su persecución. Una pequeña estela señalaba su paso, alejándoge cada vez más de la banca de Ibarra, que bogaba como si estuviese abandonada. Cada vez que el nadador sacaba la cabeza para respirar, disparaban sobre él guardias civiles y falueros.

La banca de Ibarra se alejaba lentamente. El nadador se aproximaba á la orilla. LoOs remeros estaban ya cansados y Elías también, pues sacaba la cabeza á menudo y cada vez en distinta direceión, como para desconcertar á sus perseguidores.

Ya no señalaba la traidora estela el paso del buzo.

Por última vez le vieron cerca de la orilla. Hicieron fuego. Pasaron minutos y minutos... ¡Y nada volvió á apared desierta del lago!...

Media hora después, un remero pretendía haber descubierto, cerca de la orilla, señales de sangre.

De Ibarra nada se volvió á saber.

¡Quizás algún día su nombre se escuchase con terror por los cómplices infames del padre Dámaso!...

sobre la superficie tranquila y