Oros son triunfos: 17
Dos horas después salía del puerto el vapor que conducía a los recién casados a Francia.
Al despedirse don Romualdo de su suegra, la había dicho al oído:
-Sépase usted que los aceptó.
-¿Cuáles?
-Los treinta mil del pico.
-¿César?
-Y va más contento que unas pascuas. ¡Pobre chico!
-¡Miren el sin vergüenza!
Al día siguiente sabía todo el pueblo que don Romualdo había regalado treinta mil duros a un sobrino de don Serapio, que se había presentado en su casa después de la boda, de vuelta de América, pobre y desengañado.
Y como en el pueblo se había sabido algo, tiempos atrás, de ese sobrino que había sido echado de casa porque amaba a su prima y era correspondido de ella, se hizo la siguiente traducción del hecho propagado por doña Sabina:
-César ha venido a interrumpir la boda, o a provocar un escándalo; la familia, queriendo evitarle, le ha dicho al novio que ha llegado un primo de su mujer a pedirle su protección. Don Romualdo le ha regalado treinta mil duros, y el chico los ha tomado, prometiendo a sus tíos desaparecer de Europa y no volver a acordarse de Enriqueta en los días de su vida.
Y así, pensando en don Romualdo, decía la gente:
-Pues, señor, hay que convenir en que ese hombre tiene rasgos admirables y un corazón de perlas.
Y recordando después a César, exclamaba:
-¡Qué poca vergüenza!
Tal es y ha sido siempre y donde quiera, con raras excepciones, el criterio del público en cuestiones de conciencia y en actos de justicia.
Con ese mismo criterio se crucificó a Jesucristo ayer, y se levantan hoy estatuas a más de cuatro criminales. Por eso dijo uno de ellos, después de rodar del trono que había asentado sobre más de seis millones de cadáveres:
-«¡La pasión gobierna al mundo!»