neos ó impremeditados versos que pocos días después formaban parte de mi oda Al Océano Atlántico:
¡Tú eres el mar sin término ni calma
Que en sus delirios concibió la mente!
¡Tú eres el viejo atleta poderoso
A cuya voz rugiente
Tiemblan los hemisferios!
¡Tú eres el mar incógnito y profundo
Que dilata sus líquidos imperios
De Norte á Sur, de un mundo al otro mundo!
¡Tú eres el mar de incierta lontananza,
Patria sin fin del pensamiento solo,
Guardador de la América fragante
Y de los blancos témpanos del polo!...
Del Austro al Bóreas tu poder alcanza
Y desde Ocaso á Oriente...
¡En tí se mira el sol, desde que ardiente
De tu puro zafir trémulo nace
Hasta que, mustio, tras el lento día,
Vuelve á tus brazos y en tu seno yace!
Pero dejémonos de complacencias seniles en las habilidades de la juventud (sabéis que no tenía veinte años cuando escribí estas coplas), y volvamos á nuestra navegación. El Océano estaba todavía agitadísimo.