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perdidos en la inmensidad, esperimentan el dominio de un hecho que modifica, segun ciertas leyes, todos los fenómenos y todas las apariencias celestes: el hecho de la propagacion sucesiva de los rayos luminosos. Segun las últimas investigaciones de Struve, es de 30,808 miriámetros por segundo la velocidad de la luz: un millon de veces próximamente mayor que la del sonido. Con arreglo á lo que los trabajos de Maclear, de Bessel y de Struve nos han enseñado acerca de las paralajes y las distancias absolutas de tres estrellas muy desiguales en brillo, α del Centauro, 61 del Cisne y α de la Lira, un rayo luminoso, á partir de cada una de ellas emplearía respectivamente tres, nueve y un cuarto, y doce años para llegar de aquellos astros hasta nosotros. Ahora bien: en el corto pero memorable periodo de 1572 á 1604, es decir desde Cornelio Gemma y Tycho hasta Képlero, aparecieron sucesivamente tres estrellas nuevas, una en la Casiopea, otra en el Cisne y la tercera en el pie del Serpentario. El mismo fenómeno se reprodujo en 1670, en la constelacion de la Vulpeja, pero con intermitencia; y en estos últimos tiempos Sir John Herschell ha reconocido durante su permanencia en el Cabo de Buena-Esperanza, que el brillo de la estrella η del Navio se habia aumentado gradualmente desde la segunda hasta la primera magnitud (20). Todos estos hechos pertenecen en realidad á épocas anteriores á aquellas en que los fenómenos de luz los anunciaron á los habitantes de la tierra; llegan pues á nosotros como por la tradicion. Háse dicho con verdad, que, merced á nuestros poderosos telescopios, nos ha sido dable penetrar á la vez en el espacio y en el tiempo. Medimos efectivamente el uno por el otro; y una hora de camino equivale para la luz á 110.000.000 de miriámetros que recorrer. Mientras que en la Teogonia de Hesiodo las dimensiones del Universo están espresadas por la caida de los cuerpos («el yunque de acero no cayó del cielo á la tier-