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nifestarse la electricidad; y estaba reservado á nuestra época el probar la identidad de las fuerzas eléctricas y magnéticas, presentidas ya confusamente desde los tiempos mas remotos. «Cuando el ámbar (electrum), dice Plinio siguiendo á Tales y á la escuela jónica (61), se halla animado por el ludimiento y el calórico, atrae los fragmentos de corcho y de hojas secas, como el imán al hierro.» Esta misma idea se encuentra en los anales científicos de un pueblo que ocupa la estremidad oriental del Asia, y el físico chino Kuopho la ha reproducido en los mismos términos en su elogio del imán (62). Con gran sorpresa mia, he reconocido que los salvajes de las orillas del Orinoco, una de las razas mas degradadas del orbe, saben producirla electricidad por medio del ludimiento; los niños de esas tribus salvajes se entretenian en frotar los granos aplanados, secos y brillantes de una planta trepadora silicuosa (probablemente la negritia), hasta que conseguian atraer con ellos hebras de algodon ó briznas de cañas. Para aquellos salvajes de tez cobriza, eso era simplemente un juego de niños; pero para nosotros, ¡qué asunto de graves reflexiones! Entre aquellos juegos eléctricos de los salvajes, y nuestros para-rayos, nuestras pilas voltaicas y nuestros chispeantes aparatos magnéticos, hay un abismo insondable que han escavado miles de años de progreso y de desarrollo intelectual.

Cuando reflexionamos sobre la perpétua movilidad de los fenómenos del magnetismo terrestre; cuando vemos que la intensidad, la inclinacion y la declinacion varian á la par con las horas del dia y de la noche, con las estaciones, y aun con el número de años trascurridos, no podemos menos de creer que las corrientes eléctricas de que dependen estos fenómenos, forman sistemas parciales muy complejos en el interior de la corteza de nuestro planeta. Pero ¿cuál es el orígen de estas corrientes? ¿Serán como en los