No terminaremos nuestras consideraciones acerca de este gran fenómeno que hemos examinado menos aun en sus detalles que en sus relaciones generales con la física del globo, sin señalar tambien el orígen de la impresion profunda y del efecto singularísimo que el primer temblor de tierra que sentimos, nos produce, aun cuando no venga acompañado de ruidos subterráneos. Esta impresion no proviene, en mi juicio, de que las imágenes de las catástrofes cuyo recuerdo ha conservado la historia se ofrecen en tropel entonces á nuestra imaginacion. Lo que nos embarga es que perdemos de una vez la confianza innata en la estabilidad del suelo. Desde nuestra infancia nos acostumbramos al contraste de la movilidad del agua con la inmovilidad de la tierra, hábito fortificado con el testimonio constante de nuestros sentidos, basta que el suelo tiemble para que se destruya la esperiencia de toda la vida. Es una potencia desconocida que se revela de repente; vése que la calma de la naturaleza era una ilusion, y nos sentimos arrojados violentamente en un caos de fuerzas destructoras. Entonces, cada ruido, cada golpe de aire llama la atencion, y desconfiamos, sobre todo, del suelo sobre el cual se anda. Los animales, principalmente los cerdos y los perros, esperimentan esta angustia; los cocodrilos del Orinoco, tan mudos de ordinario como nuestros pequeños lagartos, abandonan el lecho movido del rio y corren bramando hácia el bosque. El temblor de tierra se presenta al hombre como un peligro indefinible pero siempre amenazador. Se puede huir de un volcan, evitar un torrente de lava; pero cuando se estremece la tierra ¿á donde huir"? por todas partes creemos caminar sobre un foco de destruccion. Felizmente los resortes de nuestra alma no pueden estar tirantes largo tiempo, y aquellos que habitan un país en donde las sacudidas son poco sensibles y se suceden con cortos intérvalos, acaban por esperimentar apenas un débil sentimiento de temor. En las
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