estepas, como en el norte del Asia, lo que escita nuestra emocion; ya, bajo la inspiracion de sentimientos mas dulces, cáusala el aspecto de los campos cubiertos de ricos frutos, la habitacion del hombre al borde del torrente ó la salvaje fecundidad del suelo vencido por el arado. Insistimos menos aquí sobre los grados de fuerza que distinguen estas emociones, que sobre la diferencia de sensaciones que escita el carácter del paisaje, y á las cuales dá este mismo carácter su encanto y su duracion.
Si me fuese permitido abandonarme á los recuerdos de lejanas correrías, entre los goces que presentan las escenas de la naturaleza, señalaria, la calma y magestad de esas noches tropicales, en que las estrellas privadas, de centelleo, arrojan una dulce luz planetaria sobre la superficie blandamente agitada del Océano; recordaria esos profundos valles de las Cordilleras, donde los esbeltos troncos de las palmeras agitan sus cabezas empenachadas, atraviesan las bóvedas vegetales, y forman en largas columnatas, «un bosque sobre el bosque;» (1) describiría el vértice del pico de Tenerife, en el momento en que una capa horizontal de nubes, deslumbrante de blancura, separa el cono de cenizas de la llanura inferior, y súbitamente, por efecto de una corriente ascendente, deja que desde el borde mismo del cráter, puédala vista dominar las viñas del Orotava, los jardines de naranjas y los grupos espesos de los plátanos del litoral. No es ciertamente, lo repito, el dulce encanto uniformemente esparcido en la naturaleza, lo que nos conmueve ya en estas escenas; es la fisonomía del suelo, su propia configuracion, la mezcla de las nubes, de las islas vecinas y del horizonte del mar, que confunden sus formas indecisas en los vapores de la mañana. Todo cuanto nuestros sentidos perciben vagamente, todo cuanto los parajes románticos presentan de mas horrible, puede llegar á ser para el hombre manantial de goces; su imaginacion encuentra en todo medios de ejercer libre-