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velocidad planetaria de las piedras meteórieas), y suponer que las piedras arrojadas por la Luna, «llegan á ser satélites de la Tierra, describiendo á su alrededor una órbita mas o menos alargada, de tal suerte que no llegan á la atmósfera terrestre, sino despues de muchas y á veces de un numero muy considerable de revoluciones.» Así como á un Italiano de Tortona ocurriósele un dia la idea de que los aerolitos provenian de la Luna, del mismo modo algunos físicos griegos imaginaron hacerlos venir del Sol. Diógenes Laercio (l. II, c. 9) relata esta opinion al hablar de la masa caida cerca de Ægos-Potamos (véase la nota 62). Plinio, el gran recopilador, recuerda tambien esta idea singular (l. II, c. 58): «Celebrant Græci Anaxagoram Clazomenium Olympiadis septuagesimæ octavæ secundo anno prædixisse cœlestium litterarum scientia, quibus diebus saxum casurum esse e Sole, idque factum interdiu Thraciæ parte ad Ægos flumen.—Quod si quis predictum credat, simul fateatur necesse est majoris miraculi divinitatem Anaxagoræ fuisse, solvique rerum naturæ intellectum, et confundi omnia, si aut ipse Sol lapis esse aut unquam lapidem in eo fuisse credatur; decidere tamen crebro non erit dubium.» Se atribuía igualmente á Anaxágoras el haber profetizado la caida de una piedra de mediana magnitud, conservada en el gimnasio de Abydos. Aerolitos caidos en pleno dia, cuando la Luna no era visible, fueron probablemente el orígen de la idea de piedras arrojadas por el Sol. Uno de los dogmas físicos de Anaxágoras, dogmas que atrajeron sobre él persecuciones religiosas, fue que el Sol era «una masa incandescente en fusion (μὺδρος δίαπυρος).» En el Faeton de Eurípides, llámase al Sol, segun la idea del filósofo de Clazomena «masa de oro,» es decir, materia de color de fuego y que brilla con un vivo resplandor. Véase Walckenaer. Diatribe in Eurip. perd. dram. Reliquias, 1767, p. 30; Diog. Laert. l. II, c. 10.—Encontramos, pues, en los físicos griegos cuatro hipótesis diferentes: los unos atribuyen estos meteoros á las exhalaciones terrestres; los otros, á piedras arrancadas y levantadas por huracanes; (Arist., Meteorol., l. I, c. 4 y 9). Estas dos primeras opiniones asignan un orígen terrestre á las estrellas errantes y á los bólides. La tercera hipótesis coloca este orígen en el Sol; y finalmente, la cuarta lo coloca en los espacios celestes, esplicando el fenómeno por la aparicion de astros por mucho tiempo invisibles, á causa de su alejamiento. Sobre esta última opinion de Diógenes de Apolonia, opinion que coincide completamente con las ideas actuales, véase el testo pág. 111 y la nota 88. Por mi profesor de lengua persa, M. Andrea de Nerciat (sabio orientalista, actualmente en Smirna), sé que en la Siria se da mucha importancia, á causa de una antigua creencia popular, á las piedras caidas del cielo, cuando este está iluminado por la Luna. Los antiguos, por el contrario, se preocupaban por la caida de aerolitos durante los eclipses de Luna: véase Plinio, 1. XXXVII, c. 10; Solinus, c. 37; Salm., Exerc., p. 531, y los pasajes reunidos por Ukert en la Geogr. der Griechen und