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un cuadro en que la magnitud de las masas, el número de soles diversamente agrupados, y las mismas pálidas nebulosas, pueden bien escitar nuestro asombro ó admiracion; pero no dejamos de sentirnos estraños á esos mundos en que reina una soledad aparente, y que no nos producen la impresion inmediata, por la cual, la vida orgánica nos liga á la tierra. Asi vemos, que todas las concepciones físicas del hombre, aun las mas modernas, han separado el Cielo de la Tierra como en dos regiones, la una superior, inferior la otra.

Si pues para pintar el cuadro de la naturaleza escogiéramos el punto de vista en que nos colocan nuestros sentidos, seria preciso empezar por el suelo que nos soporta; describir el globo terrestre, su forma y sus dimensiones, su densidad y su temperatura creciente hácia el centro; separar las capas superpuestas, tanto fluidas como sólidas; distinguir los continentes de los mares y presentar la vida orgánica desarrollando por do quiera su trama, invadiendo la superficie y poblando las profundidades; dibujar, por fin, el Océano aéreo perpetuamente agitado por sus corrientes, en el fondo del cual surgen como otros tantos bajíos y escollos, las altas cadenas de nuestras montañas coronadas de bosques. Segun este cuadro, cuyos rasgos estarian tomados solo de nuestro globo, alzaríase la vista á los espacios celestes, y la tierra, dominio ya bien conocido de la vida orgánica, vendria á ser entonces considerada como planeta, tomando puesto entre los otros globos, satélites como ella de uno de esos astros innumerables que brillan con luz propia. Esta série de ideas ha trazado la senda á las primeras teorías generales que adoptaron como punto de partida el de nuestras sensaciones; série que casi recordaria la antigua concepcion de una tierra rodeada por todos lados de agua, y como sosteniendo la bóveda celeste; série que empieza en el lugar mismo en que se halla el observador, y parte de lo conocido