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Centauro y la Cruz, y aun me atrevo á decir, el aspecto tan pintoresco de todo el cielo austral, han producido en mi alma una impresion que no se borrará jamás.

La luz zodiacal que se eleva sobre el horizonte como resplandeciente pirámide, y cuyo dulce brillo constituye el eterno adorno de las noches intertropicales, es probablemente una gran nebulosa anular que gira entre la órbita de Marte y la de la Tierra; porque no es admisible la opinion de los que creen ver en ella la capa esterior de la misma atmósfera del Sol. A mas de estas nebulosidades, de estas nubes luminosas de formas determinadas, observaciones exactas tienden á comprobar la existencia de una materia infinitamente ténue, que no tiene probablemente luz propia, pero que se revela por la resistencia que opone al movimiento del cometa de Encke (y quizás tambien á los de Biela y Faye), y por la disminucion que hace esperimentar á su escentricidad y á la duracion de sus revoluciones. Esta materia etérea ó cósmica, flotante en el espacio, parece como animada de movimiento; y á pesar de su tenuidad originaria, podemos suponerla sometida á las leyes de la gravitacion, y mas condensada, por consiguiente en los alrededores de la enorme masa del Sol; debiendo admitirse, en fin, que se renueva y aumenta, há muchos miles de siglos, por las materias gaseiformes que las colas de los cometas abandonan en el espacio.

Despues de haber considerado asi la variedad de formas que reviste la materia diseminada en los espacios infinitos de los cielos (οὑρανοῦ χορτος) (33), ya sea que se estienda sin límites ni contornos en forma de éter cósmico, ó que primitivamente haya estado condensada en nebulosas, preciso es fijar nuestra atencion ahora en la parte sólida del Universo, es decir, en la materia aglomerada en esos globos que esclusivamente designamos con el nombre de astros ó mundos estelares. Todavía aquí encontramos diversos gra-