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Es decir, que piensa que nuestro deber de argentinos es permanecer en Buenos Aires.

A pesar de Rosas?

—A pesar de Roses.

— Y no ir al ejército?

—Eso es.

— ¡Bah! ese es un cobarde ó un mazorquero.

Ni lo uno ni lo otro. Al contrario, su valor raya en temeridad, y su corazón es el más puro y noble de nuestra generación.

Pero, qué quiere que hagamos, entonces?

Quiere contestó el joven de la espada, que todos permanezcamos en Buenos Aires, porque ol enemigo á quien hay que combatir, está en Buenos Aires, y no en los ejércitos, y hace una hermosísima cuenta para probar que menos número de hombres moriremos en las calles el día de una revolución, que en los campos de batalla en cuatro ó seis meses, sin la menor probabilidad de triunfo...

Pero dejemos esto, porque en Buenos Aires el aire oye, la luz ve, y las piedras ó el polvo repiten luego nuestras palabras á los verdugos de nuestra libertad.—El joven levantó al cielo unos grandes y rasgados ojos negros cuya expresión melancólica se avenía perfectamente con la palidez de su semblante, iluminado con la hermosa luz de los veintiséis años de la vida.

A medida que la conversación se habia animado sobre aquel tema y se aproximaban é las barrancas del río, Merlo acortaba el paso, ó parábase un momento para embozarse en el poncho que lo cubría.

Llegados á la calle de Balcarce :

—Aqui debemos esperar á los demás—dijo Merlo.

Está usted seguro del paraje de la costa en