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12 wwwque habremos de encontrar la ballenera?—preguntóle el joven.

—Muy seguro—contestó Merlo.—Yo me he comprometido á ponerlos á ustedes en ella, y sabré cumplir mi palabra, como han cumplido ustedes la suya, dándome el dinero convenido, no para mí, porque yo soy tan buen patriota como cualquiera otro, sino para pagar á los hombres que los han de conducir á la otra banda; y ya verán ustedes qué hombres son !

Clavados estaban los ojos penetrantes del joven en los de Merlo, cuando alcanzaron á la comitiva los tres hombres que faltaban, —Ahora es preciso no separarnos más—dijo uno de ellos. Siga usted delante, Merlo, y condúzcanos.

Merlo obedeció, en efecto, y siguiendo la calle de Venezuela, dobló por la callejuela de San Lorenzo, y bajó al río, cuyas olas se escurrían tranquilamente sobre el manto de esmeralda que cubro de ese lado las orillas de Buenos Aires.

La noche estaba apacible, alumbrada por el tenue rayo de las estrellas, y una brisa fresca del Sur empezaba á dar anuncio de los próximos fríos del invierno.

Al escaso resplandor de las estrellas se descubría el Plata, desierto y salvaje como la Pampa, y el rumor de sus olas, que se desenvolvien sin violencia y sin choque sobre las costas planas, parecía más bien la respiración natural de ese gigante de la América, cuya espalda estaba oprimida por treinta naves francesas en los momentos en que tenían lugar los sucesos que relatamos.

Los que alguna vez hayan tenido la fantasia de pasearse en una noche obscura á las orillas del río