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L monto, un segundo vértigo le anublaba la vista y lo desfallecía; pero, felizmente, le pasó pronto.

į Daniel hacía marchar al paso su caballo. Llegó por fin á la calle de la Reconquista, y tomó la dirección á Barracas; atravesó las del Brasil y Patagones, y tomó á la derecha por una calle encajonada, angosta y pantanosa, y en cuyos lados no había edificio alguno, sino los fondos de ladrillos ó de tunas de aquellas casas con que termina la ciudad, sobre las barrancas de Barracas.

Al cabo de seiscientos pasos, la callejuela da salida á la empinada y solitaria barranca de Marcó, cuya pendiente rápida y estrechísimas sendas, causan teinor de día mismo á los que se dirigen ú Barracas, que prefieren la barranea empedrada de Brown, ó la de Balcarce, antes que bajar por aquel medio precipicio, especialmente, si el terreno está húmedo. A esa barranca llegó Daniel, y las mismas cualidades de mala y solitaria fueron para él on ese momento una garantia, por la que le daba preferencia. Además, él conocía perfectamente los senderos, y bajó por ella, dirigiendo hábilmente su caballo, sin ningún contratienipo.

Llegado a la calle traviesa entre Barracas y la Boca, dobló á la derecha, y recostándose á la orilla del camino, llegó al fin á la calle Larga de Barracas, sin haber hallado una sola persona en su tránsito. Tomó la derecha de la calle, enfiló los edificios lo más aproximado á ellos que le fué posible, é hizo tomar el trote largo á su caballo, como si quisiera salir de ese camino, frecuentado de noche por algunas patrullas de policía.

Al cabo de pocos minutos de marcha, detiene su caballo, gira sus ojos, y, convencido de que no veía