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tura hasta ponerlo en el zaguán, y ccirando aquélla. De ese mismo modo lo introdujo en la sala, y puso por fin, sobre un sofá, á aquel hombre á quien había salvado y protegido tanto en aquella noche de sangre; aquel hombre, lleno de valor moral y de espíritu todavia, y cuyo cuorpo no podía, sin embargo, sostenerse por sí solo un momento.

II

LA PRIMERA CURACIÓN

Cuando Daniel colocó á Eduardo sobre el sofá, Amalia, pucs va distinguiremos por su nombre á la joven prima de Daniel, pasó corriendo á un pequeño gabinete contiguo á la sala, separado por un tabique de cristales, y tomó de una mesa de mármol negro una pequeña lámpara de alabastro, á cuya luz la joven lefa las Meditaciones, de M. Lamartine, cuando Daniel llamó á los vidrios de la ventana, y volviendo a la sala, puso la lámpara sobre una mesa redonda de caoba, cubierta de libros y de vasos de flores.

En aquel momento Amalia estaba excesivamente pálida, efecto de las impresiones inesperadas que estaba recibiendo; y los rizos de su cabello castaño—claro, echados atrás de la oreja pocos momentos antes, no estorbaron á Eduardo descubrir en una mujer de veinte años una fisonomfa eticantadora, una frente majestuosa y bella, unos ojos pardos llenos de expresión y sentimiento, y

AMALIA 3.—TOMO I