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—Eso es para despacio—contestó Daniel, sonriéndose.

Amalia entró en ese momento trayendo sobre un plato de porcelana una copa de cristal con vino de Burdeos, azucarado.

Ob, mi linda prima—dijo Daniel,—los dioses hubieran despedido á Hebe, y dádote preferencia para servirles su vino, si te hubiesen visto como te vco yo en este momento Toma, Eduardo; un poco de vino te reanimará mientras viene un médico. Y en tanto que suspendía la cabeza de su amigo y le daba á beber el vino azucarado, Amalia tuvo tiempo de contemplar, por primera vez, á Eduardo, cuya palidez y expresión dolorida del semblante le daban un no sé qué de más impresionable, varonil y noble; y al mismo tiempo, para poder fijarse on que, tanto Eduardo como Daniel, ofrecían dos figuras como no había imaginádose jamás: eran dos hombres completamente cubiertos de barro y de sangre.

—Ahora—dice Daniel, tomando el plato de las manos de Amalia, el viejo Pedro, está en casa?

—Sí.

—Entonces, vé á su cuarto, despiértalo, y dile que venga.

Amalis iba & abrir la puerta de la sala para salir, cuando le dice Daniel:

—Un momento, Amalia: hagamos muchas cosas á la vez para ganar tiempo, ¿dónde hay papel y tintero?

—En aquel gabinete—responde Amalia, señalando el que estaba contiguo á la sala.

—Entonces, anda á despertar á Pedro.—Y Daniel pasó al gabinete, tomó una luz de una rinconera, pasó ú otra habitación, que era la alcoba de su