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mo si estuviese delante de su general, y dando media vuelta, marchó á ejecutar las órdenes recibidas.

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Cinco minutos después, las herraduras del caballo, se sintieron, luego se oyó girar sobre sus goznes el portón de la quinta, y en seguida apareció en la sala, cubierto con su poncho, el viejo soldado de quince años de combates.

—¿Sabe usted, Pedro, la casa del doctor Alcorta?

Tras de San Juan?

—Allí.

—Sí, señor.

—Pues irá usted á ella; llamará hasta que le abran, y entregará esta carta, diciendo que, mientras se prepara el doctor, usted va á una diligencia, y volverá a buscarlo. En seguida, pasará usted á mi casa, llamará despacio á la puerta, y á mi criado, que ha de estar esperándome, y que abrirá al momento, le dará usted esta otra carta.

—Bien, señor.

—Todo esto lo hará usted å escape.

—Bien, señor.

—Otra cosa más. Le he dado á usted una carta para el doctor Alcorta; mil incidentes. pueden sobrevenirle en el camino, y es necesario que se haga usted matar antes que dejarse arrancar esa carta.

—Bien, señor.

—Nada más, ahora. Son las doce y tres cuartos de la noche—dijo Daniel, mirando un reloj que estaba colocado sobre el marco de una chimenea;á la una y media usted puede estar de vuelta con el doctor Alcorta.

El soldado hizo la misma venia que anterior.