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mente, y salió. Algunos segundos después sintieron desde la sala la impetuosa carrera de un caballo, que sonmovía con sus cascos la solitaria calle Larga.

Daniel hizo señal á su prima de pasar al gabinete inmediato, y después de recomendar á Eduardo que hiciese el menor movimiento posible, en tantoque llegaba el médico, le dijo:

—Yo sabes cuál ha sido mi elección; & quién ctro podría llamar que nos inspirase más confianza?

—Pero, Dios mío, comprometer al doctor Alcorta —exclamó Eduardo.—Esta noche, Daniel, te has empeñado en confundir con mi mala suerte el destino de la belleza y del talento. Mi vida vale muy poco en el mundo para que se expongan per ella una mujer como ta prima, y un hombre como nuestro maestro.

—¡Estás sublime esta noche, mi querido Eduardo! Tu sangre se ha escurrido por las heridas, pero tu gravedad y tus desconfianzas se quedaron ducuas de casa. Alcorta no se comprometerá más que mi prima; y aunque no fuera así, hoy cstamos todos en un duelo, en que los buenos nos debemos ú los buenos, y los pícaros se deben á los pícaros.

La sociedad de nuestro país ha empezado á dividirse on asesinos y victimas, y es necesario que los que no queramos ser asesinos, si no podemos castigarlos, nos conformeres con ser víctimas.

—Pero Alcorta no se ha comprometido, y, sin embargo, con hacerle venir aquí puedes comprometerlo gravemente.

—Eduardo, tu cabeza no está buena. Oye: tú, yo, cada joven de nuestros amigos, cada hombre de la generación á que pertenceemos, y que ha sido