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educado en la Universidad de Buenos Aires, es un compromiso vivo, palpitante, clocuente del doctor Alcorta. Somos sus ideas en acción; somos la roproducción multiplicada de su virtud patricia, de su conciencia humanitaria, de su pensamiento filosófico. Desde la cátedra él ha encendido en nuestro corazón el entusiasmo por todo lo que es grande: por el bien, por la libertad, por la justicia.

Nuestros amigos que están hoy con Lavalle, que han desechado el guante blanco para tomar la espada, son el doctor Alcorta. Frías es el doctor Alcorta en el ejército; Alberdi, Gutiérrez, Irigoyen, son el doctor Alcorta en la prensa de Montevideo. Tú mismo, ahí bañado en tu sangre, quo acabas de exponer tu vida por huir de la patria, autes que soportar en ella la tiranía que la oprime, no eres otra cosa, Eduardo, que la personificación de las ideas de nuestro catedrático de filosofía, y... pero, ibah, qué tonterías estoy hablando 1exclamó Danici El ver dos gruesas lágrimas que corrían por el cadavérico rostro de Eduardo. —; Vaya, vaya no hablemos más de esto. Déjamo hacer las cosas á mí solo, que, si nos lleva el diablo, nos llevará á todos juntos; y á fe, mi querido Eduardo, que no hemos de estar peor en el infierno que en Buenos Aires. Descansa un momento, mientras hablo con Amalia algunas palabras.

Y diciendo esto, se dirigió al gabinete, pestañeando rápidamente para enjugar con los párpados una lágrima que, al ver las de su amigo, había brotado de la exquisita sensibilidad de este joven, que más tarde daremos mejor á conocer á nuestros lectores.

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—Daniel—le dice Amalia al entrar en el gabineto, de pie y apoyando su mano de alabastro so-