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de ese aposento que da al patio, y atravesándolo con Daniel, llega al frente opuesto á sus habitaciones, y abriendo con el menor ruido posible una puerta en un corredor que cuadra aquél, entra, siempre con la luz en la mano, y con Daniel al lado suyo, en un aposento amueblado.

—Aquí ha estado habitando cierto indivíduo de la familia de mi esposo, que vino de Tucumán, y partió de regreso hace tres días. Este aposento tiene cuanto puede necesitar Eduardo. Y diciendo esto, Amalia abrió un ropero, sacó mantas de cama, y ella misma desdobló los colchones, y lo arregló todo en la habitación, mientras Daniel se ocupaba de examinar con esmero un cuarto contiguo y el comedor que le seguia, cuya puerta al zaguán estaba enfrente de aquella de la sala, por donde una hora antes había entrado él con Eduardo en los brazos.

M Adónde mira esta ventana?—preguntó á su prima, señalando una que estaba en el aposento que iba á ocupar Eduardo.

—Al corredor por donde se entra de la calle á la quinta, por el gran portón. Sabes que todo el edifcio está separado hacia el fondo, por una verja de hierro; y cerrada, los criados pueden entrar y salir por el portón, sin pasar al interior de la casa.

Es por ahí por donde ha salido Pedro.

Es verdad, lo recuerdo... pero... ¿no oyes ruido?

—Si... Son...

—Son caballos & galope... y el corazón de Amalia le latía en el pecho con violencia.

—Es probable que... se han parado en el portón —dijo Daniel súbitamente, llevando la luz al cuarto inmediato, volviendo como un relámpago y