— Ah! calle Vd., calle Vd., no se lo diga, gritó Manuela. Que no lo sepa; lo hará sufrir.
— Hable Vd., Dolores, dijo el anciano.
Ya era punto menos que imposible seguir callando. La buena mujer relató, pues; al ciego todo cuanto sabia, repitiéndole palabra por palabra el infame suelto que echaba por tierra la reputacion del jóven, y que ella guardaba cuidadosamente.
La fisonomia de D. Miguel expresó los mas encontrados sentimientos al escuchar la relacion que le hacia Dolores.
Manuela, en silencio, bordaba apresuradamente, casi sin ver lo que hacia, pues las lágrimas nublaban sus ojos.
Cuando Dolores terminó, don Miguel se puso en pié.
— Eso es una mentira infame, gritó rojo de cólera·
— ¿Qué dices, papá? preguntó Manuela.
— Que eso es una calumnia, una calumnia odiosa, repitió el anciano. Ernesto es incapaz de semejantes bajezas, ¿entiendes? Oh! Quizá no pueda yo probarlo pero el tiempo me dará la razon, no lo dudes.
Un rayo de alegria iluminó el rostro de Manuela, pero solo duró un instante.
Dolores sonrió con placer: desde entonces creyó lo mismo, ó mas bien tuvo la conviccion de ello.