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Página:Anton Chejov - Historia de mi vida - Los campesinos.djvu/104

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rovna. La amaba. Sí, aquello era amor, el amor más apasionado. Cuando me acostaba, cansado, mojado, muchas veces hambriento, mi imaginación evocaba al punto su imagen y se forjaba cuadros seductores. Y aquel amor me daba fuerzas para sufrir, como si fuera por ella por quien yo padecía tan terrible vida.

Una noche en que había caído una copiosa nevada, en que parecía que el invierno había vuelto, encontré en mi cuarto a María Victorovna. Estaba sentada, envuelta en su abrigo de pieles, las manos dentro del manguito.

—¿Por qué no viene usted ya a casa?—me preguntó, clavando en los míos sus ojos claros y expresivos.

Yo estaba tan turbado por la alegría, que no podía contestar, y permanecía en pie, ante ella, en la misma actitud que ante mi padre cuando me pegaba.

Ella me miraba fijamente y no se me ocultaba que se daba cuenta de la causa de mi turbación.

—¿Por qué no viene usted a verme?—repitió—. ¡Ya que usted no quiere venir a mi casa, vengo yo a la suya!

Se levantó y se aproximó a mí.

—¡No me abandone usted!—me dijo.

Vi brillar las lágrimas en sus ojos.

—¡Nó me abandone usted! ¡Estoy sola, no tengo a nadie en el mundo!

Y buscando el pañuelo, para secarse las lágrimas, se sonreía.