Página:Anton Chejov - Historia de mi vida - Los campesinos.djvu/325

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La señora Chukin se ofendió.

—No sea usted grosero. Esas cosas puedes decírselas a tu mujer, pero a mí, no.

Alexey Nicolayevich, dirigiéndole una mirada llena de cólera y de odio, dijo, con voz ronca:

—¡Márchese de aquí!

—¿Cómo?—exclamó ella—. ¿Se atreve usted a echarme? ¡Ah, no, eso no! Soy una pobre mujer indefensa, y no puedo permitir que me insulten. Mi marido es empleado público, y tú... ¡Qué indecente! Iré a quejarme a mi procurador, Dmitry Karlich, y te dará una buena lección de cortesía. Me ha ganado ya tres pleitos contra los inquilinos, y hará, quizá, que te deporten a la Siberia. Me la vas a pagar... ¿Dónde está el general? ¡Excelencia! ¡Excelencia!

—¡Largo de aquí—dijo Alexey Nicolayevlch, ahogándose de ira.

En aquel instante, Kistunov entreabrió la puerta de su gabinete y dirigió una mirada al salón.

—¿Qué sucede?—preguntó con tono doliente.

La señora Chukin, roja como un cangrejo, se hallaba en medio de la estancia, hacienda gestos amenazadores, mientras los empleados, igualmente rojos de cólera y en actitud de mártires, se mantenían a cierta distancia.

—¡Excelencia!—gritó, lanzándose hacia Kistunov—, ese (y señalaba con el dedo a Alexey Nicolayevich) me ha insultado. En vez de arreglar mi asunto, como se le había ordenado, ha hecho mofa de mí. Soy una pobre mujer indefensa. ¡Mi marido es em-