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do me ha visto, y él mismo si lo ha querido, tomar parte en las comunes festividades y sacrificar en los altares pú= blicos? ¿Es por ventura introducir númenes extraños, el haber yo dicho que la voz de un «Dios » (8) resuena Ca mi oido enseñándome cómo debo obrar? ¿Pues los que consultan los cantos de las aves ó los pronósticos de los mismos hom= bres, no se dejan influir tambien por sonidos articulados? ¿Quién puede negar que el trueno sta una 10% y el más grande de todos los presagios? ¿Pues la Pitonisa colocada sobre la tripode, no se vale tambien de la voz para pronun= ciar los oráculos de su Dios? En una palabra, que Dios conoce y revela á quien le place el secreto de lo porvenir: hé ahí todo lo que yo digo, que és lo mismo que dicen y piensan los demás. Pues bien, los demás llaman á todo eso au= gurios, pronósticos, presagios. profecías; yo le llamo «(Génio.» (Daimonion): y creo que llamándolo así, uso un len= guaje más verdadero y más piadoso que los que "atribuyen á las aves el poder de los dioses. Y la prueba de que no miento contra la Divinidad és, que cuantas veces he manifestado á mis numerosos amigos los consejos del Dios, ja= más Jes he parecido engañado. (9)

Alborotáronse los jueces al vir esta arenga: unos porque no daban crédito á lo que habian oido, otros aguijoneados por la envidia de «que aquel hombre hubiera conseguido mayores distinciones que ellos de parte de los Dioses.

Sócrates tomó de nuevo la palabra. y les dijo:

—Eu, pues escuchad más todavia, á fin de que los que lo descan tengan un motivo más para no creer en los fayo= res que me concede el Cielo. Un dia ante una reunion in= mensa interrogó Cherefon (10) sobre mí al oráculo de Dél= fos; «No existe un hombre, respondió Apolo, más indepen diente, mús justo, ni más sábio que Sócrates.» (11)