al rey con una carta del duque de Alba; los capitanes alemanes é italianos y el mismo xerife Negro, y ninguno de ellos fué oído para disponer la marcha y la batalla. Los capitanes portugueses, valerosísimos, eran todos bisoños, y el rey creía que bastaba para vencer el ardiente valor que lo animaba. Desaprovechóse la ocasión que ofreció la falta de Abdelmelic, que ó envenenado, como dicen unos, ó atacado de enfermedad natural, como otros cuentan, apenas dispuso las cosas para la batalla, comenzó á agonizar en su litera, y allí murió cuando más empeñada se hallaba. Entró en ésta el ejército moro formado en una ancha media luna, para envolver á los portugueses por ambas alas; y el ejército portugués en estrecha y confusa disposición, sin plan ni confianza. Vaciló, pues, la victoria algún tanto, pero al fin se decidió por los infieles, á pesar del valor de los soldados extranjeros y de los hidalgos portugueses, que heroicamente pelearon y murieron, porque, como dice Cabrera, «era infamia donde su rey quedaba muerto, quedar caballero vivo que pudiera referir la pérdida». Fué muerto D. Sebastián al terminarse la batalla, y cuando ya estaba prisionero; murió D. Alonso de Aguilar, murió el valeroso capitán Aldana, murieron casi todos los caudillos portugueses y extranjeros, y el xerife Negro se ahogó en la fuga. El general de la armada, aunque oyó el fuego, nada pudo hacer sino recoger los pocos fugitivos que llegaron hasta la costa. Así acabo aquella infeliz jornada, más largamente descrita, por la importancia que tiene su memoria, de lo que en estos Apuntes se ha acostumbrado hasta ahora[1].
- ↑ La más exacta relación de esta batalla es la de Franchi Conestaggio, en la historia Dell'unione del regno di <span title="Portogallo, etc. Herrera copia de allí casi todas sus noticias. Se atribuye esta obra á D. Juan de Silva, embajador español herido en la batalla. El Epitome de la vida y hechos de D. Sebastián, etc., de Juan de Baena Parada, que también he consultado, no ofrece curiosidad ninguna." class=tipeo>Portoga-