Iban delante los gastadores y granaderos para arruinar las trincheras. Los moros abandonaron con poca resistencia las paralelas y se retiraron al campamento, que estaba también fortificado. Allí fué mayor la resistencia de los moros, y sobre todo de dos mil negros de la guardia del sultán, que se sostuvieron con obstinación para dar tiempo á que se retirasen los muertos y heridos, con lo cual no se pudo saber su número. Al fin cedieron, y al cabo de cuatro horas de combate, todo el ejército marroquí se puso en fuga, parte por el camino de Tetuán, y parte por el de Tánger. Lo escabroso del terreno no permitió cortar á los que huían. Dejaron en el campo los sitiadores veintinueve cañones, cuatro morteros, cuatro estandartes, una bandera y muchas provisiones. Quedó herido en la cara, aunque no gravemente, el general en jefe, marqués de Lede; y en un costado quedó herido también el mariscal de campo don Carlos de Arizaga, dando uno y otro ejemplo á sus tropas. Los prisioneros moros fueron pocos, y los muertos que se hallaron en el campamento después de tomado, no llegaban á quinientos. Demoliéronse en seguida todas las obras de los moros, y el ejército volvió pronto á España para no dar más celos á los ingleses, que ya empezaban á tener temores por su comercio y por Gibraltar, y discurrían el modo de atajar las ideas del rey católico.
Entretanto, y en medio de las tinieblas de un reinado que afrenta al género humano, y que apenas se concibe ya en los primeros años del siglo xviii, florecieron de día en día las misiones españolas. Abandonaron, es verdad, con lágrimas el convento de Marruecos, ilustrado con tantos martirios; pero en Fez establecieron otro en