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El hombrecillo calló un instante, sin duda para ver si nos atrevíamos a contestar afirmativamente a su última pregunta; pero como nosotros no osáramos, por falta de datos, atribuirle al susodicho emperador la propiedad de todo aquello, declaró: —Este terreno, ese río, ese bosque, me pertenecen a mí. ¿Comprenden ustedes, señoras y señores?

—Tal vez le pertenezcan—repuse. De ser así, le felicito; pero... supongo que no nos creerá usted capaces de meternos en el bolsillo o de comernos un pedazo de finca rústica.

—¿Ignora usted que está prohibido pasearse por un terreno privado?

—Nosotros no sabíamos que este terreno era de usted. Como no tiene letrero...

— ¿Letrero?—¡Claro! ¿Usted no ha visto ningún mapa?

—Sí, señor.

—En los mapas, ¿no hay un letrero sobre cada territorio?...

¡Pero el campo—interrumpió el hombrecillo no es un mapal —Para el caso, como si lo fuera. Si sobre sus tierras de usted hubiera un letrero que dijese Finca de Diablo Ivanovich», nosotros no hubiéramos entrado.

—¡Ah! ¿Conque yo soy para ustedes Diablo Ivanovich? ¿Quién les ha llamado a la finca de Diablo Ivanovich?