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—Pues bien, ¿quiere usted explicarme con qué derecho puede usted venir aquí y pasarse horas enteras inmóvil como un poste, admirándolo todo, sin pagar nada? Cuando va usted al teatro, ¿no paga la entrada? ¿Qué diferencia existe entre una cosa y otra?

— Las empresas de teatro, señor, gastan grandes sumas en la ise en scene, en la compañía, en la orquesta, en el personal, en la luz...

—¿Y yo no gasto dinero? ¡Todo esto me cuesta un ojo de la cara! Por ejemplo: ese pescador, del que usted ha hecho un justo elogio, ¿cree usted que no me cuesta nada? ¡Sepa usted, joven, que le pago seis rublos al mes!

Yo me encogi de hombros. Los razonamientos del extraño individuo eran de una estupidez indignante.

—Pero no le pagará usted los seis rublos para que adorne el paisaje.

—En efecto; se los pago por otro servicio muy distinto: es mi cochero. Pero la camisa, cuya blancura tan bellamente se destaca sobre el fondo azul», se la he dado yo.

Aquel señor parecía estar burlándose de nosotros; lo que me sacaba de mis casillas.

—¡Acabemos!—grité—. Diga usted, sin ambages, lo que quiere de nosotros. ¿Quiere que le paguemos la contemplación, en su finca, del panorama?

—Es muy justo, joven.

—Bien. Pues preséntenos la cuenta, como es de cajón....