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—Se la presentaré, ¿cómo no?—contestó el hombrecillo, levantándose bruscamente—. Han pasado ustedes un rato agradable y deben pagar.

—Bueno. Cuando traiga la cuenta hablaremos.

Ahora, márchese. Déjenos en paz. Queremos estar solos. Ya se le llamará si se le necesita.

— Caballero: me habla usted en un tono...

—¡Bastal El que paga tiene derecho a exigir que no se le moleste.

El extraño individuo pronunció entre dientes algunas palabras ininteligibles, le hizo a mi amada una torpe reverencia y desapareció tras los matorrales.

II

—¿Has visto qué animal, qué insolente? —le dije a mi amada—. Gracias a Dios, ya ha gado y podemos seguir contemplando a nuestro sabor este magnífico paisaje. Mira, querida mía, ese bosquecillo de la derecha. En los sitios cubiertos de sombra parece todo verde, y en los sitios que alumbra el sol se distinguen los troncos rojizos de los pinos y los abetos. Mira, allá, a la izquierda, el camino atravesando, en zigzags caprichosos, semejante a una cinta blanca, los campos floridos. ¿Y el tejado rojo de aquella casita, destacándose sobre el fondo verde de las frondas? ¿Y las paredes blancas, deslumbrantes de sol? No sé por qué, el tejado rojo, las paredes blancas, las ventanitas azules,