—¡He comido como un animal!
—¿Qué manera de hablar es esa, Michka? Debes decir: «Gracias, señora; he comido muy bien. ¿Me permite usted encender un cigarro?» —Bueno, bueno. Lo malo es que no tengo cigarros.
Vera corrió al despacho de su papá y volvió con una caja de puros.
— Estos puros—dijo, imitando la voz ruda de su padre los he comprado en Berlín. Son un poco fuertes; pero no puedo fumar otros.
—Gracias contestó, distraídamente, Samatoja, mirando con ojos investigadores a la habitación inmediata.
La niña se quedó un momento pensativa y propuso: —Oye, Michka: ¿quieres que juguemos ahora a una cosa muy bonita?
—¿A qué?
—¡A los ladrones!
V
La proposición dejó perplejo a Samatoja. ¿Qué significaría jugar a los ladrones»? Semejante juego con una niña de seis años le parecía una profanación de su oficio.
—¿Y cómo se juega a eso?—preguntó.
—Verás. Tú serás el ladrón y yo gritaré y te diré: «Coge el dinero y las alhajas; pero no mates a Marfucha.» —¿A qué Martucha?
—A la muñeca... Me esconderé y me buscarás.