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de confusión y cambiaron una mirada medrosa, como diciéndose: «¡Estamos perdidos!» Sin embargo, el marido logró dominarse y repuso: ¡Gracias, querido! Yo también te deseo felices Pascuas. Espera un instante...

Y pasó a la habitación inmediata, dejando a su mujer sola, expuesta a todos los peligros de la situación.

Pero ella, que no estaba dispuesta a arrostrarlos, le siguió en su fuga y, cerrando la puerta, le dijo, indignada: —¡Tiene gracia! ¡Me dejas sola! ¿Qué voy a hacer yo con ese hombre?

—¡Yo qué sé!

—A mí me parece que lo de cajón, ya que ha subido a felicitarnos, es que cambies tres besos con él, según se acostumbra a hacer en Rusia los días de Pascua.

—¿Yo besar al portero? ¡Vamos, ridal —¡No hagas esos aspavientos! Recuerdo haber visto en un periódico ilustrado un grabado que representaba al zar cambiando besos con unos mendigos, al salir de la iglesia, un día de Pascua. Si lo hace el zar con los mendigos, bien puedes hacerlo tú con el portero.

—Y estrecharle la mano también, ¿no?

—¡No, hombre! ¡Estrecharle la mano...!

—Mira: siéntate y hablemos con calma. Es absurdo lo que dices. Que le estreche la mano te parece inadmisible y, en cambio, te parece bien que le bese.

—¡Claro! ¿Quién le estrecha la mano al portero?...

Lo de los besos es una costumbre popular, consagrada por la tradición. Ya ves, hasta el zar...