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personas de buena sociedad. Estaba tieso como si lo hubieran almidonado de pies a cabeza. Hablaba poco, y todas sus palabras eran discretas, razonables.

Hallábase un poco cohibido; pero la amabilidad de los Landichev no tardó en desintimidarle.

Landichev, para romper el hielo, inició una conversación familiar, cuyo primer tema lo constituyeron los cuidados y los quehaceres porteriles, por los que el recién casado manifestó un gran interés. Sucedió a dicho tema el de la corrupción y la incapacidad de la Policía, que preocupaban en extremo al recién casado.

Landichev se lamentó luego del constante peligro que corrían los pacíficos transeúntes a causa de las locas velocidades de los automóviles. Procuraba expresarse en un lenguaje sencillo, al alcance del pueblo.

— Hasta en el centro de la ciudad—decía—las velocidades son terribles, vertiginosas.

—Es verdad—confirmaba con su voz de bajo profundo el portero, mientras la señora Landichev le escanciaba la quinta copa—. Ayer, sin ir más lejos, murió atropellada una vieja.

Reinó un corto silencio. Landichev le escanció más vodka a Cheburajov, que se creyó en el caso de protestar.

—¡No, no, gracias! Me he bebido ya cinco copas.

Y luego, beber solo...

— Katia—le dijo Landichev a su mujer—. Bébete una copa de vino a la salud del señor.

La joven obedeció.

— ¡A su salud de ustedl—brindó—. ¡Cristo ha resucitado!