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algo muy importante, ¿no?... Pues bien; un buen inquilino, un inquilino que se hace cargo de las cosas, le da al portero, cuando sube a felicitarle, algunos rublos. «Toma, amigo, para que celebres la fiesta...» Otros, nada de eso. Los pobres diablos, en vez de dinero, le dan una copa de vodka y un trozo de pastel.

Con cincuenta copecks, todo lo más, han cumplido.

¡Qué porquería! ¡Dinero, dinero es lo que se ha de dar! ¿Comprendes, muchacho?

Estaba a cada momento más borracho y sus ojos lanzaban rayos.

—Inquilino bueno el general Putlajur, el vecino del segundo. ¡Ese si que es un verdadero señorl Cuando fuí esta mañana a felicitarle, gritó: ¿Quién me busca, ¡zambombasl, a tales horas?» «El portero—le contestaron que viene a felicitarle a usted.» «¡Dadle tres rublos y que se vaya al diablo!»... Aprendan ustedes a ser señores.

Cheburajov dirigió una mirada de profundo desprecio a cada uno de los cónyuges, dejó caer la cabeza sobre el mantel y momentos después empezó a roncar.

Landichev le tocó en el hombro y le preguntó: — Está usted un poco cansado, ¿verdad? ¿Por qué no se va usted a su casa?

El portero levantó la cabeza y clavó en él una larga mirada.

—¡Quél—gritó. ¿Me echas? ¡No puedo permitir que un pobre diablo como tú...!

Y su puño se alzó amenazador.