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Para que la actriz entendiese mejor la pregunta, acaso demasiado obscura, el admirador la besó la mano.

—No. Es muy pequeñita.

—La dejó usted siendo una chiquila y volverá usted convertida en una mujer que ha vivido, que ha conocido el éxito, los laureles...

Para que María Nicolayevna no echase en saco roto lo de los laureles, el admirador posó los labios en la fresca y sonrosada piel de su codo.

La observación impresionó profundamente a la actriz.

—Tiene usted razón: me fuí siendo una niña y soy ya una mujer; si vuelvo, quizá nadie me reconozca...

—Si vuelve usted, permítame acompañarla. Recordaremos juntos su infancia.

El admirador, para darle fuerza a sus palabras, besó el hombro de su interlocutora.

—¡Vamos, formalidad!—protestó ella sin gran energía. Están mirándonos.

Y añadió tras una corta pausa: —¿Qué tengo yo que hacer en Kalitin?

—Puede usted dar una función.

—¿Una función en Kalitin?

—¿Por qué no? La semana que viene actuará en este teatro la compañía de ópera italiana y tendrán ustedes algunos días libres. Puede usted aprovecharlos y hacer un viaje a su—o, mejor dicho, a «nuestra»»querida Kalitin. ¡Figúrese usted la sensación que produciría entre sus coterráneos la siguiente noticia: «La célebre actriz dramática Sinekudrova, hija de Kalitin,