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—Comprendo—le dijo en voz baja el admiradorlo que pasa en su corazón de usted. Se siente usted de nuevo niña. Vuelve usted a tener quince años.

Y como a las niñas no hay por qué tratarlas demasiado ceremoniosamente, la besó en un hombro.

—No haga usted tonterías—murmuró ella, con acento que en vano quería ser severo—. Nos están mirando.

—¡Que nos miren! Yo también me siento chiquillo al acercarme a esa amada Kalitin. ¡Viva la infancial —Pero el que se sienta usted niño no es razón para que me bese delante de todos los actores. ¿Qué pensarán?

—Están comiendo emparedados, y los actores, cuando están comiendo emparedados, sólo piensan en el jamón.

—Eso me tranquiliza—dijo riendo la actriz—.

¿Dónde ha aprendido usted todas esas cosas? Es usted un sabio.

Llegaron a las tres de la tarde.

Los actores se disponían a subir al coche del hotel; pero María Nicolayevna protestó.

—¡No, no! Iremos a pie. En el coche que vayan sólo las maletas. ¡Es tan agradable entregarse a los recuerdos de la infancia!

—¡Si, síl—apoyó con énfasis el admirador—. Yo también quiero entregarme a los recuerdos de la infancia.

Y todos echaron a andar.