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cuando me sentí herida me detuve a la puerta de una tienda de comestibles que había ahí a la derecha, junto a esa casa de los postigos azules, y empecé a llorar como una Magdalena. El tendero, para consolarme, me dió un pedazo de mermelada. Y'mis lágrimas se secaron como por ensalmo.

El admirador se llenó de entusiasmo.

—¡Qué simpático, qué excelente tendero! ¡Qué noble y generosa acción! ¡Con qué gusto estrecharía la mano de ese honrado comerciante!

—Creo que murió el pobrecito.

—¿Si? ¡Santa gloria haya!—dijo el admirador, llevando piadosamente a sus labios la mano de María Nicolayevna.

Los recuerdos de la infancia acechaban a la actriz en todas las esquinas, salían a su encuentro, se agolpaban a su paso, como disputándose su atención.

—Mire usted; en esa casita vivía el sochantre.

—¿En cuál?—preguntó muy conmovido el admirador.

—En esa de la escalinata verde.

—¡Qué casita más mona! ¡Y qué chimenea! ¡Parece un juguete! ¿Conque vivía ahí el sochantre?

—Si. Toda esta calle está llena de recuerdos para mí. A los niños nos daba miedo jugar en ella, porque la frecuentaba mucho una mendiga medio loca que saltaba sobre una pierna y nos amenazaba con el dedo.

—¡Qué horror!—gritó el admirador—. ¡Y qué vergüenza para toda Rusia! Eso indica lo bajo del nivel de nuestra cultura. ¡Una mendiga loca puede pasearse tranquilamente por las calles poniendo pavor en el