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— Lo digo y lo pienso. Estoy convencido de que esa es la verdad.

—¡Qué imbécil!

Kurochkin lanzó un'escupitajo de indignación sobre la hierba.

IV

Nadkin guardaba un silencio dialéctico.

—Así es—gruñó Kurochkin, dirigiéndole una mirada de desprecio —que todos los generales, escritores, artistas, senadores y horizontales que hay en la actualidad en Petersburgo y en Moscú existen para ti y nada más que para ti, ¿no es eso?

—Naturalmente. Pero en la actualidad, en la hora de ahora, no existen.

—¿Cómo que no existen?

— Ni en Petersburgo ni en Moscú existen ahora teatros, ni oficinas, ni tiendas, ni seres vivientes. Su existencia sería inútil.

—Pues ¿dónde están? — preguntó Kurochkin, abriendo unos ojos como platos.

—¡En ninguna parte!

— ¡¡[...!!!

—Pero si yo hiciera un viaje a Petersburgo o a Moscú, existirían en seguida. A la llegada de Nadkın, las casas surgirían como por ensalmo, los coches rodarían a través de la ciudad, se abrirían los teatros, las tiendas de modas se llenarían de señoras, los periódicos reanudarían su publicación. Y en cuanto