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Nadkin se marchase, todo desaparecería, se disiparía, la ciudad entera se hundiría en la nada.

Kurochkin tembló de cólera y no pudo, durante unos instantes, pronunciar una palabra.

—¡Qué canallal—gritó al cabo—. Dan ganas de romperte las muelas! ¡Qué insolencial ¡Se figura que los ministros, los generales, los zapateros, los cocheros, sólo existen para él, para el señor Nadkin! ¡Vaya un personajel Nadkin no se mostraba ofendido por tales palabras; diríase que ni siquiera las oía.

— Desde mi infancia—dijo con pensativo acento, como si monologase—estoy convencido de que antes de mí no existía nada ni existirá nada después. ¿Para qué? Mientras Nadkin exista, existirá todo para él. Cuando Nadkin desaparezca, desaparecerá todo con él.

—Pero, si eres un personaje tan importante, ¿por qué no eres rey o príncipe?

—¿Soy acaso inferior a los principes y a los reyes?

Los principes y los reyes existen para mí.

Kurochkin, furioso, se sentó.

—Así es que, como el señor telegrafistá Nadkin está ahora en el campo, nuestra ciudad tampoco existe...

—¡Desde luegol ¡Imbécill ¿No ves el campanario de la catedral?

—Lo veo porque miro.

—No entiendo...

—Es muy sencillo: cuando miro, apa ce; cuando vuelvo los ojos, desaparece. Si no miro, no tiene razón de existir.