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Azabache irá hasta que no pueda más. Cuídelo usted, pues me dolería que le sobreviniese accidente alguno.

-No hay cuidado, Juan-contestó el doctor ; y al cabo de un minuto estábamos bien lejos.

No me detendré en contar mi viaje de regreso.

El doctor era más pesado que Juan, y no tan buen jinete; pero hice cuanto pude. El hombre del portazgo nos tenía el paso franco, y pronto nos encontramos en el parque. José estaba esperándonos en la puerta exterior, y el amo en la de sus habitaciones, pues nos había oído llegar.

No habló una palabra; el doctor entró con él en la casa, y José me llevó á las caballerizas. Muy contento me hallé al verme en mi cuadra, pues las piernas me temblaban, y apenas podía sostenerme en pie, ni respirar. No había en mi cuerpo un pelo que no estuviera mojado, y el sudor me corría por todas partes, despidiendo vapor como un puchero en el fuego», según la expresión de José. ¡ Pobre José ! ; era un niño, y bajo de estatura, con muy pocos conocimientos aún acerca de caballos, y su padre, que hubiera podido cuidarme en aquel momento, había sido enviado al pueblo inmediato con un encargo, de modo que el muchacho hizo conmigo todo lo que le pareció mejor; me frotó las piernas y el pecho con un paño; pero no me abrig