ré á descargar un poco la carreta, sin lo cual es imposible que la muevan.
-Vaya usted & gobernar sus negocios, mozuelo atrevido, que yo sé gobernar los míoscontestó el hombre, que parece estaba algo borracho, y continuó con el látigo.-José me hizo volver grupa, y me puso á todo galope en dirección á la casa donde vivía el dueño del tejar.
Yo no sé si Juan habría aprobado aquella carrera, pero José y yo estábamos de acuerdo, y tan irritados, que no hubiéramos podido ir más despacio.
La casa se hallaba pegada al camino. José llamó á la puerta, y gritó:
-¡Hola! ¿Está en casa el señor Clairac?
Se abrió la puerta, y apareció el señor Clairac en persona.
-¿Qué se ofrece, muchacho? Parece que traes prisa. Es alguna orden del caballero?
-No, señor; es que un carretero de los de usted está allá abajo, castigando cruelmente á dos caballos. Le dije que no lo hiciera, y no me hizo caso; me ofrecí á ayudarle á aligerar de peso la carreta, y se negó igualmente; de modo que he creído lo mejor venir á avisarle.
-Muchas gracias-dijo el hombre, yendo á buscar su sombrero ;-tendrás inconveniente