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es para descrito; pero sí estoy seguro de que, á haber durado algún tiempo más, hubiera acabado con mi salud y con mi genio. Hasta entonces nunca había yo sabido lo que era la espuma en la boca, pero ahora, la acción constante de aquel cortante filete sobre mi lengua y sobre los bordes de mi quijada, más la contraída posición de mi cabeza y cuello, siempre me causaban, más o menos, aquel efecto. Algunos creen que eso es muy bonito, y que significa brío y espíritu en un caballo; pero esa espuma es tan completamente contranatural en los caballos, como en los hombres, siendo una señal cierta de mal estar, que no debe ser desatendida. Además, respiraba con dificultad; cuando regresaba del trabajo, mi garganta y cuello estaban adoloridos, mi lengua y toda la boca, delicadas y sensibles, y me sentía fatigado y abatido.

En mi antigua casa siempre había considerado á Juan y á mi amo como mis amigos; pero en ésta, aunque en algunos conceptos era bien tratado, no tenía amigo alguno. Estoy seguro de que York comprendía cuánto me aniquilaba aquel engallador; pero supongo que lo tomaba como cosa que él no podía evitar, y, en resumidas cuentas, nada se hacía por aliviarme de él.

A principios de la primavera, el Conde y parte de su familia se fueron á Londres, llevándo-