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suplicaba hiciesen una pregunta al doctor Lasarte, y que trajesen la contestación.

El pueblo estaba como á una milla de distancia, y el doctor vivía al extremo de él. Caminamos á un paso vivo hasta que llegamos a la verja que rodeaba el jardín. De aquélla á la casa había un corto canino cuesta arriba, entre altas matas de siemprevivas. Valcárcel se apeó á la puerta de la verja, y se disponíta á abrirla para que pasase la señorita Ana, cuando ella le dijo:

-Esperaré á usted aquí; ate á la verja la rienda de Azabache.

El la miró, como titubeando, y dijo al fin :

-Antes de cinco minutos estaré de vuelta -Oh!, no es preciso que se dé prisa; Lista y yo no nos escaparemos.

Ató mi rienda á uno de los hierros, y pronto desapareció entre los árboles. Lista estaba tranquila á un lado del camino, á algunos pasos de mi. Mi joven señorita se hallaba sentada descuidadamente, con las riendas sueltas, tarareando una canción. Escuché los pasos de mi jinete, hasta que llegó á la casa, y le oí tocar á la puerta. En la parte opuesta del camino había una pradera cercada, cuyo portillo estaba abierto. De pronto, algunos caballos y potros se acercaron trotando en el mayor desorden, seguidos por un muchacho que chasqueaba un gran látigo. Los