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mente; y corriendo yo sobre ellas á aquel paso, mi herradura empezó pronto á aflojarse, y cuando estábamos cerca del portazgo sentí que se desprendió.

- Si Buitrago se hubiera hallado en su cabal juicio, habría comprendido en mis movimientos que algo me ocurría; pero se hallaba demasiado borracho para notar nada.

Pasado el portazgo había un largo trozo de camino en el que las piedras eran tan cortantes, que ningún caballo hubiera podido ser conducido de prisa sin riesgo de lastimarlo. Sobre aquel terreno, con una herradura de menos, me vi obligado á correr cuan veloz podía, recibiendo al mismo tiempo fuertes latigazos de mi jinete, que con gritos é imprecaciones me instigaba á que corriera aún más. Por supuesto, mi pie descalzo sufrió horriblemente ; mi casco se destrozó por completo, y las cortantes piedras me laceraban la ranilla, produciéndome unos dolores insoportables.

Aquello no podía continuar; no hay caballo en el mundo que, en semejantes circunstancias pueda correr; di un traspiés, y caí sobre ambas rodillas. Buitrago voló por encima de mis orejas, y, debido á la velocidad de mi carrera, su caída debió ser violentísima. Me levanté en seguida, y cojeando, me eché fuera del camino, buscando