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da, y, con frecuencia, malas palabras, con voces de a¡ arriba, tunante, perezoso !» y allá va otro latigazo, cuando tal vez estamos haciendo todo cuanto podemos, sumisos, obedientes, y sin pronunciar una queja, aunque nos hallemos extenuados, adoloridos, y con el corazón deshecho de pena al vernos tan mal tratados.

Este estilo de máquina de vapor nos fatiga más que cualquiera otro. Yo preferiría andar veinte millas con un cochero considerado, más bien que diez con uno de éstos; pues, con seguridad, me cansaría menos.

Además, rara vez se ocupan de poner la retranca, por pendiente que sea una cuesta abajo, lo cual suele ser causa de accidentes; y si la ponen, por lo regular se olvidan de aflojarla al llegar al término de la cuesta, sucediendo algunas veces, que hemos andado la mitad de la inmediata cuesta arriba, con una de las ruedas de aquel modo, antes de que el conductor se dé cuenta de ello, lo que es terrible para el caballo.

Estos majaderos, en vez de arrancar á un paso moderado, como toda persona inteligente hace, por lo general nos ponen al galope desde las mismas puertas del establo, y cuando se les antoja pararnos, por el pronto nos dan un latigazo, y luego se cuelgan de las riendas hasta ca-